Presupuestívoros

Madrid, que es España, aunque España no es Madrid, aparece como un anacro-nismo fosilizado, cuya razón de ser es administrar el presu-puesto estatal y centralizar los flujos financieros privados o públicos tanto como pueda

10 diciembre 2021 12:14 | Actualizado a 10 diciembre 2021 12:16
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Hubo que esperar a la revolución francesa para que el absolutismo dejase de frenar al continente europeo, de modo que los súbditos pasasen a ser ciudadanos, la legitimidad sustituyese al derecho de conquista y la nación se constituyese como el conjunto de ciudadanos que desean gobernarse de la misma manera. Sólo entonces el capitalismo continental pudo manifestarse con toda su brutal potencia, acompañado de cerca por una administración pública bien articulada que le facilitó mucho las cosas

. El problema con la legitimidad democrática es que su fundamento es inductivo y no deductivo, y, por tanto, falsable como la ciencia, si no se percibe a diario como tal por los gobernados. De ahí que en las naciones mal vertebradas social y políticamente comiencen a tensarse sus costuras cuando efectúan su transición democrática.

España dilapidó a conciencia todas las ocasiones de progreso social, democrático e industrial que pudo durante siglos, cuando había nacido como el estado renacentista ideal avant la lettre y eso es una carga que dificulta completar una transición verdadera a la democracia, que, en mi opinión y en la de muchos españoles, según las encuestas de la UE, de plena nada. El popular dicho too late too little nos encaja a la perfección, por lo tanto, mejor subsumirse en la UE y llegar a la madurez democrática dentro de un contexto institucional mayor; y ya se verá.

En este marco de evolución política felizmente ya inevitable, Madrid, que es España, aunque España no es Madrid, aparece como un anacronismo fosilizado, cuya razón de ser es administrar el presupuesto estatal y centralizar los flujos financieros privados o públicos tanto como pueda; es decir, monetizar el poder a su favor, y no hay ni ha habido más. Dicho de otro modo, a pesar de no haber razón económica que justifique su localización, usa el poder administrativo para mantenerse como usufructuario de todo y propietario de nada.

Por eso, inquieto como está por el horror vacui que le produce la pérdida progresiva de soberanía hacia la UE y sus diversas instituciones, por un lado, y hacia la periferia nacional por otro, pelea sin cuartel por su supervivencia. 

Ya se sabe que en el capitalismo triunfa quien consigue una parcela de competencia imperfecta por méritos o por influencias. Pero la monetización del poder lleva a la proliferación de restricciones a la competencia y a pervertir por esa vía la asignación de recursos en general y los humanos en particular, haciendo que la meritocracia sucumba al cruel juego de las influencias. Madrid se asienta cómodamente sobre ese entramado de asimetrías de poder porque todos sus habitantes viven de ello con naturalidad, sea directa o indirectamente, en primera instancia o en enésima y voluntaria o involuntariamente; en otras palabras, son «presupuestívoros» de pura cepa.

Lo verdaderamente irónico e insultante es que la Comunidad de Madrid enarbole el estandarte de una patética campaña libertaria contra las supuestas intromisiones del poder estatal en cuestiones que afectan al bien común, cuando su identidad diferencial y su notoriedad se la regala ese mismo Estado por la cara, pues no es de bien nacido escupir en la mano del que te da de comer. Los antiguos griegos se inventaron la palabra idiotes (de la raíz «idio», que significa propio), para calificar a aquellos individuos que no se interesaban por los asuntos públicos. Ser «presupuestívoro» ya es sin duda peyorativo, pero si encima se es un idiotes como los libertarios madrileños, el tema se convierte en recochineo. 
 

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