Se busca director de orquesta

Carecemos del menor poder de influencia en los centros políticos y económicos donde se deciden las principales hojas de ruta a medio y largo plazo, quedando reiterada-mente descolgados o marginados en las grandes estrategias supramunicipales

21 junio 2020 01:00 | Actualizado a 21 junio 2020 08:32
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El Diari de Tarragona publicó el pasado viernes un interesante número especial sobre los innumerables activos de nuestro territorio: turismo, industria, gastronomía, logística, etc. Este trabajo periodístico pretendía poner en valor el enorme potencial con que contamos para remontar el contexto económico ciertamente nublado que asoma en el horizonte. Aunque la necesidad de promover un impulso es ahora especialmente perentoria, no se trata de una reflexión precisamente novedosa. La sensación de que nuestras comarcas se hallan muy lejos de desarrollar todas sus capacidades constituye una percepción tristemente interiorizada (y, lo que es peor, resignadamente asumida) por una inmensa mayoría de la ciudadanía.

Por limitarnos a la esfera municipal, nuestra capital puede enorgullecerse de un legado monumental que para sí quisieran la mayoría de urbes de nuestro entorno. Además, este patrimonio arquitectónico no es monocromático, sino que ha sido enriquecido y multiplicado a lo largo de los dos últimos milenios: restos romanos, templos medievales, palacios barrocos, edificios modernistas... La ciudad está enclavada en un punto estratégico incomparable, en el cruce de dos ejes viarios que recorren las áreas más prosperas de la Europa sudoccidental: el que discurre en paralelo a la costa mediterránea, y el que recorre el norte de la península ibérica. Cuenta además con un clima envidiable y algunas playas con su belleza natural asombrosamente intacta en el propio término municipal. Para colmo, ha sabido compatibilizar esta vocación turística con el desarrollo de un sector industrial y logístico de primer orden, con el complejo químico y el puerto como principales estandartes. Y, a pesar de todo, los tarraconenses somos perfectamente conscientes del enorme potencial que sigue desaprovechado.

Lamentablemente, no se trata de una percepción desencaminada. Los diferentes estudios que se han realizado durante las últimas décadas nos sitúan machaconamente en el vagón de cola de las principales magnitudes macroeconómicas. Por otro lado, carecemos del menor poder de influencia en los centros políticos y económicos donde se deciden las principales hojas de ruta a medio y largo plazo, quedando reiteradamente descolgados o marginados en las grandes estrategias supramunicipales. Y, por si fuera poco, hemos demostrado con deprimente contumacia nuestra propia incapacidad para llevar a término proyectos de cierta envergadura, que ciudades homologables a la nuestra afrontan exitosamente de forma casi rutinaria. Como botón de muestra, ahí tenemos el conocido muestrario de equipamientos vacíos que agonizan en nuestras calles, cuya parálisis aparentemente insalvable ha terminado logrando que sea recitado por los ciudadanos como la lista de las preposiciones. ¿Cuál es nuestro problema? Tenemos teorías para todos los gustos, pero yo me atrevo a destacar dos.

Por un lado, un estudio comparativo demuestra que los lugares que lo tienen todo para triunfar, frecuentemente caen en un peligroso conformismo colectivo, probablemente causado por la constatación de que los activos heredados o inamovibles les permiten sobrevivir sin esforzarse demasiado. Por el contrario, si alzamos la vista más allá de nuestras fronteras, podemos identificar infinidad de ciudades con todo aparentemente en contra, que han sabido convertirse en centros de atracción de talento, en núcleos generadores de riqueza y en ejemplos mundiales de calidad de vida. Conviene ser conscientes de que esa tendencia tan nuestra de dejar las cosas como están, porque con lo que hay tiramos adelante, va en contra del signo de los tiempos. La competencia territorial en todos los ámbitos es creciente, y hemos entrado de lleno en la dinámica del ciclista: si te paras, te caes. Ojo con pensar que lo que siempre ha funcionado funcionará siempre.

En paralelo a esta tentación universal, Tarragona sufre además un síndrome muy particular: las capillitas. Sin duda, un poder excesivamente centralizado resulta perjudicial para el progreso de cualquier colectividad, pero una desintegración anárquica de los núcleos efectivos de decisión puede llegar a ser aún más paralizante, sobre todo cuando esa atomización es fruto de las ambiciones individuales de sus respectivos dirigentes, que pretenden hacer pasar como reforzamiento de la sociedad civil lo que sólo es una red de plataformas de proyección personal. Desgraciadamente, son muchos los actores locales con capacidad suficiente para hacer descarrilar cualquier proyecto que no cuadre con sus objetivos particulares, y es difícil imaginar un solo plan de envergadura que no choque contra alguno de estos poderes fácticos. Es precisamente ahí donde se echa en falta una dirección de orquesta que sepa transmitir una visión de futuro, identificar metas colectivas, aglutinar voluntades divergentes, fijar estrategias transversales y hacer valer el interés general de la ciudadanía.

Todas las grandes transformaciones urbanas de nuestro entorno han tenido detrás el impulso de un alcalde decidido a liderar ese salto colectivo: en Barcelona fue Pasqual Maragall, en Bilbao fue Iñaki Azkuna, en La Coruña fue Francisco Vázquez, en Vitoria-Gasteiz fue José Ángel Cuerda… Hasta ahora, nuestra ciudad ha carecido de ese factor capaz de convertir los sueños en anhelos, los anhelos en ideas, las ideas en proyectos, y los proyectos en realidades. Tarragona puede ser y debe ser mucho más de lo que es hoy. La potencialidad está ahí y sólo falta un catalizador político que coordine los esfuerzos colectivos para ponernos manos a la obra, sabiendo que gobernar no es tiranizar sino marcar el rumbo e implicar a la ciudadanía para seguir la estela. La necesidad de sobreponernos al duro golpe infringido por el Covid exigirá implementar planes de futuro con la colaboración de todos los actores urbanos, un contexto que puede convertirse en una oportunidad inmejorable para dar este salto histórico que nuestra ciudad merece.

Dánel Arzamendi Balerdi. Colaborador de Opinió del ‘Diari’ desde hace más de una década, ha publicado numerosos artículos en diversos medios, colabora como tertuliano en Onda Cero Tarragona, y es autor de la novela ‘A la luz de la noche’.

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