La parece siempre un milagro: curarse de una enfermedad, de una herida, de una fractura. Qué suerte tenemos de contar con un cuerpo que muy a menudo (no siempre) sabe repararse a sí mismo. Y que suerte igualmente pertenecer a la especie humana, que ha inventado la medicina, para ayudar a nuestro cuerpo, cuando sus capacidades de autocuración quedan sobrepasadas, ya que a mi parecer, las enfermedades son los ensayos de la muerte.
Curarse parece normal cuando se es joven y se convierte cada vez con mayor claridad en una bendición a medida que se cumplen años. Cada enfermedad es un aviso de nuestra fragilidad. Pienso que cada curación es la experiencia de un instante en que la muerte nos suelta, tras ese ensayo, porque hemos tenido suerte, o porque Dios lo ha querido así (para los creyentes).
Cada curación debería de empujarnos a dar gracias. A quien sea: Dios o la vida. A alegrarnos, más tiempo y más profundamente de lo que hacemos normalmente. Consecuentemente, las emociones agradables nos ayudarán a luchar mejor contra nuestras enfermedades.