Opinión

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Hace apenas tres meses, alertábamos aquí del preocupante inicio de año en las carreteras de Tarragona. Ocho muertos en los primeros 45 días de 2025 eran un grito de alarma que, decíamos, exigía medidas urgentes, contundentes y sostenidas. Hoy, con el primer cuatrimestre cerrado, el balance asciende ya a quince víctimas mortales relacionadas con accidentes de tráfico en la provincia, una más que las oficialmente contabilizadas por el Servei Català de Trànsit, que excluye a una mujer fallecida días después del siniestro. Es cierto que abril rompió una racha funesta. Es una buena noticia: una sola víctima mortal en vías interurbanas contiene la escalada que nos llevaba camino de las cifras prepandemia. Pero esta tendencia circunstancial no puede ocultar la magnitud del problema. Tarragona concentra casi el 30% de todas las muertes en carretera de Catalunya, pese a representar solo un 10,5% de la población. Es una desproporción intolerable que evidencia fallos estructurales en nuestras carreteras. Estos meses se han hecho muchos anuncios. Más radares, más vigilancia, controles de alcohol y drogas, campañas de concienciación... Pero los datos no dejan lugar a la complacencia: la mortalidad ha aumentado un 27% respecto al mismo periodo del año pasado, y los accidentes mortales han crecido más de un 50%. Las medidas prometidas siguen en este estado gaseoso de las promesas. Y Los muertos no esperan. Mientras se diseñan nuevas campañas, siguen perdiéndose vidas. Es verdad que algunas conductas letales son impermeables a cualquier medida, como conducir bajo los efectos del alcohol (es el caso reciente de Llorenç del Penedès). Pero debemos mirar más allá del factor humano: la AP-7, la C-14, la C-221 siguen siendo escenarios demasiado frecuentes en tragedias. La gestión del tráfico, la planificación de puntos negros, la señalización y el mantenimiento de las vías deben formar parte de una estrategia integral que no se limite al control policial. En febrero dijimos que las muertes en carretera no son estadísticas, son personas. Hoy nos reiteramos y doblamos la exigencia. Los anuncios no salvan vidas, las decisiones valientes, pero sí los recursos bien invertidos y una voluntad política a la altura de la urgencia.

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