Opinión

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El reciente acuerdo alcanzado entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el expresidente estadounidense, Donald Trump, sobre aranceles ha reabierto un viejo y preocupante capítulo para la Unión Europea: su creciente dependencia energética. En concreto, el hecho de que la UE tenga que importar más del 70% de los combustibles fósiles en los próximos años no solo es una cuestión económica, sino también geoestratégica. La liberalización parcial de los aranceles sobre determinados bienes industriales ha sido presentada como un avance en las relaciones transatlánticas. Sin embargo, la contrapartida energética del acuerdo, que apunta a un aumento sustancial de las importaciones de gas natural licuado (GNL) y petróleo estadounidense, revela una Europa que, en vez de diversificar sus fuentes, parece resignarse a un modelo de dependencia externa prolongada. Desde el punto de vista económico, esta situación encarece la factura energética europea, tanto para los hogares como para la industria. A diferencia de EEUU, que goza de una mayor autosuficiencia energética, la UE debe asumir los costes logísticos y ambientales del transporte intercontinental de hidrocarburos, a menudo a precios volátiles y sujetos a tensiones geopolíticas. Pero más allá de lo económico, la cuestión toca el nervio de la autonomía estratégica europea. En un momento en que la UE declara aspirar a una transición energética verde, apostar de forma indirecta por los combustibles fósiles importados no solo es incoherente, sino contraproducente. El Pacto Verde Europeo y los compromisos climáticos firmados pierden fuerza ante un contexto de dependencia estructural. Cabe preguntarse también si este viraje no comprometerá las relaciones de la UE con otros socios energéticos clave, como Argelia, Noruega o Qatar. Además, fortalecer la alianza energética con EEUU podría traer consigo presiones políticas que limiten el margen de maniobra diplomático de Europa en otros asuntos internacionales, como China o Irán. En definitiva, el acuerdo entre Von der Leyen y Trump plantea interrogantes serios sobre el rumbo energético y geoestratégico de Europa. Si bien la necesidad de garantizar el suministro es comprensible, la UE debe evitar quedar atrapada en una nueva forma de dependencia que ponga en peligro sus objetivos climáticos y su soberanía política.

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