Brecha digital y social

Aquella mujer era la imagen de la impotencia. Tenía unos ochenta años y no entendía por qué no podía acceder a su dinero. Se peleaba con las teclas de un cajero automático después de que un empleado le dijera que ahora ese era el método para obtener efectivo de su cuenta. Estaba muy nerviosa y al borde del llanto. Desconfiada, rehusaba la ayuda de quien se acercaba con intención de ayudarla. Al final, varios transeúntes, conmovidos e indignados, entraron en la oficina y terciaron ante el empleado para que atendiera a la señora en la caja, a lo que el trabajador accedió a regañadientes. La escena me dejó un regusto amargo. Hemos convertido el mundo en una máquina centrifugadora que va a todo trapo y de la que quien no puede seguir el ritmo sale despedido. Y entre ellos se hallan muchas personas mayores incapaces de adaptarse a esa dictadura en que se ha convertido la digitalización y la imposición de ‘hágalo usted mismo’. Lo volví a ver en una panadería donde la empleada ya no recoge el dinero, sino que te invita a acudir a una máquina que te cobra y te da el cambio. Estamos dejando de lado la interacción humana, y despojando con ello a una gran parte de la sociedad de sus derechos más básicos. A esa parte de la sociedad que tantas conquistas ha ganado para nosotros, sus hijos, que tanto ha aportado y que tanto sigue aportando. Quizá sea hora de relajarnos un poco, de ser más humanos y preocuparnos más por la gente. Seguramente nos iría mejor.