El Mundial de fútbol y la ‘apertura’ de Catar

Decían los que defendían que organizar un Mundial de fútbol en Catar era una gran idea porque eso serviría para que el país se abriera y respetara los muchos derechos humanos que todavía son allí una quimera. Incluso el hoy técnico del Barça, Xavi Hernández, sostenía cuando era entrenador del Al-Saad que el sistema de Catar tenía muchas ventajas, como la tranquilidad o la seguridad: «La gente es feliz», llegó a manifestar. Imagino que se refería a la gente que, como él, vivía en núcleos residenciales diseñados para la elite, y no a taxistas indios cuyos ingresos no llegan a 400 dólares al mes en un país carísimo, ni a los albañiles y obreros nepalíes que construyeron los estadios con sangre, sudor y lágrimas e incluso dejándose la vida en el empeño en condiciones infrahumanas. Pero, pese al Mundial, nada allí ha cambiado ni se ha dado la susodicha apertura. Lo sabe bien Manuel Guerrero, un hombre mexicano detenido hace 46 días en la capital, Doha, por cometer el terrible e imperdonable delito de ser homosexual. Y no crean que fue sorprendido en la vía pública protagonizando un acto escandaloso; fue arrestado el 4 de febrero tras acudir a una cita trampa acordada a través de una aplicación. Las propias autoridades cataríes crearon un perfil falso y le dijeron que acudiese con más personas de la comunidad LGBTI a un lugar donde les esperaba la policía. Ahora, Manuel pasa largas horas sin agua ni alimento y no le dejan cortarse el cabello ni las uñas porque dicen que con esto podrían contagiarse de VIH otras personas. Pero de esto no dicen nada los futbolistas, ni los clubes que lucen en sus camisetas publicidad de aquel país. No, ellos no se plantean ningún dilema moral; lo tienen claro: la pela es la pela, venga de donde venga.