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La violencia de cada día

24 agosto 2023 18:41 | Actualizado a 25 agosto 2023 07:00
Carolina Figueras Pijuán
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Aunque sucediera en los años 90, aún recuerdo la historia que me contó una señora de cuando había sido vecina del ‘carnicero de Rostov’, Andréi Chikatilo. Acababa de llegar con su familia a Salou, y en su relato de superación del horror prevalecía el instinto protector de una madre que no sabía que sus hijas habían estado tan cerca del asesino. Cuando se enteraron, los progenitores optaron por alejarse de aquel escenario macabro, cruzando toda Europa.

De pequeños nos asustaban con ‘el hombre del saco’. Luego vino aquel aviso convertido en leyenda urbana sobre los caramelos con droga, ofrecidos por extraños en la puerta del colegio. En esa década de los 90, asistimos sobrecogidos a las violentas desapariciones de las niñas de Alcàsser, Rocío Wanninkhof, Sonia Carabantes y el crimen del pequeño James Bulger en U.K.

Si se tiene la testosterona para usar una erección en un ataque a una niña o mujer también se posee el raciocinio para comprender las consecuencias de dicha perversa acción

No conocemos a nuestros vecinos, ni a los falsos ‘amigos’ de las redes sociales, pero aceptamos las peticiones y mostramos la vida privada con los hijos a los followers, muchos (no es mi caso) por no parecer antipáticos o antisociales y por más postureo que Roberto Carlos cuando cantaba que «quería tener un millón de amigos».

Con un hecho tan trágico, el comentario usual es un eco totalmente predecible: «Era correcto y amable, no podíamos imaginar». Los monstruos existen, han llegado a mimetizarse con el entorno que creemos seguro. Son compañeros de clase, novios y amigos de fiesta que emborrachan, drogan, violan y ceden el turno.

Las penas no evitan el delito, solamente lo tipifican. Ese sistema no funciona y, por lo tanto con un alarmante índice de delincuencia, no creo en él. Pienso que por mucho que un ofensor, asaltante o asesino haya cumplido su deuda con la Justicia, no repara el daño a la víctima y a la familia. Su posterior libertad no garantiza, precisamente, la tranquilidad de nadie. Como sucede en otros países, también nosotros tenemos derecho a saber quién es y dónde vive un violador, un pederasta y toda esa subespecie de individuos a quienes catalogan como ‘enfermos’. Nos podemos cruzar con ellos en una estación de autobús, el supermercado y la portería de casa.

Viene esto al caso porque los medios aplican una autocensura rara, generalmente no se menciona la etnia o raza del agresor no vaya a ser que se incite al odio. Los ‘presuntos’ delincuentes menores son excusados y protegidos. Esta ley, laxa, propia de los ‘teletubbies’, debe cambiar por una sencilla razón; si se tiene la suficiente testosterona para usar una erección en un ataque a una niña o mujer indefensa también se posee el raciocinio para decidir si se produce un mal y por lo tanto comprender las consecuencias de dicha perversa acción. O lo que es lo mismo; «si se la metes, mientras te jalean y te quedas el vídeo incriminatorio de souvenir, ya no eres el inocente niñito de papá y mamá». Los asesinos de James Bulger fueron juzgados como adultos en 1993. ¿Es que las atrocidades deben explicarse y perdonarse como inmadurez? ¿Se sienten los padres de James recompensados por la condena y el posterior anonimato de los criminales? ¿Se hubiera podido evitar el asesinato de Rocío Wanninkhof y de Sonia Carabantes, sabiendo que Tony Bromwich, alias Tony Alexander King, era vecino de la población? ¿Qué sabemos de los asesinos de Sandra Palo y del caso del calvario de la familia de Marta del Castillo? Esos monstruos están medrando entre nuestras grietas judiciales, ¿los reconocerías si te los presentaran como novios de tus hijas y nietas?

Faltan soluciones contundentes y castigos ejemplares. Ha quedado demostrado, en Sevilla, en Badalona... en Palma de Mallorca. El mal no entiende de mayoría de edad

Mientras la televisión bombardea con esas ‘pastorales’ de tolerancia cero y las moralinas en retrospectiva de los accidentes de tráfico mortales, la otra gran violencia silenciada de este país arroja una media de suicidios de 10 personas al día, los menores también entran en esa estadística por no soportar más bullying. Este gravísimo asunto, como diría mi amigo Javier de Campos, de las personas que «dejaron de respirar», no es el postre de cada telediario, dicen, para no crear un efecto llamada. En cambio la publicidad gratuita que se da a las violaciones de las manadas tiene sus minutos de máxima infamia y audiencia sin importar el ‘efecto imitación’. Tomen conciencia de la absoluta realidad de este país; ustedes los informadores de doble rasero dependiendo del contenido y los políticos, ‘tutores’ de la ciudadanía. creyendo que somos tontos.

A todos les ha faltado tiempo para repartir titulares, opiniones y zascas hasta la náusea por el beso tan forzado como impropio de Rubiales a Jenni Hermoso. El lenguaje no verbal de Rubiales durante su abuso de poder, contemplado y retuiteado por el planeta entero, es más que vergonzoso. Les sugiero que reparen en el detalle de la imagen donde a escasos palmos de la escena, una Infanta y una Reina no se enteran de nada... ni un gesto de asombro o repulsa. Esta es la patente violencia de cada día. Efectivamente, cero es nuestro número nacional, aunque nuestras chicas hayan ganado la Copa del Mundial.

Faltan soluciones contundentes y castigos ejemplares. Ha quedado demostrado, en Sevilla, en Badalona... en Palma de Mallorca. El mal no entiende de mayoría de edad y si la cumple, razón de más. Está, desde siempre, sucediendo al lado de casa, no es una ficción de Netflix.

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