David Rockefeller presentó su autobiografía en Madrid hace unos años y allí estaba yo en la suite del Palace entrevistándole micro en mano, que se me cayó... Los guardaespaldas me miraron con desprecio y yo a ellos con horror; porque fue a caer justo entre las piernas del plutócrata, debajo del sofá en el que hablábamos.
Se hizo un silencio tenso y empecé a agacharme pidiendo perdón cuando... El señor Rockefeller, que ya tenía sus 80 muy cumpliditos, se agachó con cierta contorsión y me lo devolvió sonriendo. Era el presidente de la Trilateral, pero se había portado como una persona: «Yo puedo tener –ironizó después con modestia– catorce coches, pero sólo tengo un culo».
He recordado a Rockefeller al leer el apasionante libro de Simon Kuper, que espero entrevistar en Barcelona, sobre los oligarcas que gobiernan hoy nuestras vidas... Sí, nuestras vidas: ¿O no ha colgado usted nunca un twitter, comprado en Amazon, llamado con un apple o pagado más cara la gasolina por la guerra de Ucrania, que es también la de Putin y sus plutócratas y la de Zelensky y los que fueron suyos?
Trump es un plutócrata que pasó a oligarca por la vía de las urnas, tiene altas posibilidades de ganar de nuevo las elecciones y cambiar nuestras vidas... No para mejor. El asalto al Congreso de los Estados Unidos fue orquestado desde su entorno y no dejó de influir en los militares para que intervinieran.
El oligarca consigue, como Trump, transformar riqueza en poder y al revés. Y en ese baile, Elon Musk, que solo era un plutócrata, está pidiendo el voto para Trump después de haberse convertido en oligarca al comprar Twitter y convertir a su red de satélites Starlink en actores decisivos en la guerra de Ucrania y ahora en la de Gaza.
Musk anuncia ahora que su inteligencia artificial hará prescindibles todas las profesiones (no especifica si también le hará sobrar a él).
Vladimir Putin ha ido al revés: ha pasado de oligarca político a plutócrata empresarial y hoy es un billonario con un arsenal nuclear a su disposición.
Los plutócratas de la era analógica, como Murdoch, Berlusconi o George Soros, empezaron por influir en los medios para quedárselos y convertirse así en actores políticos o directamente en gobernantes. Los plutócratas digitales, en cambio, como Zuckerberg con su Meta, Facebook, Instagram; o Larry Page con su Google; o Bezos con su Amazon, no solo controlan televisiones, hoy solo importantes para que los políticos enchufen amigos, sino el mismísimo flujo de información que transcurre de forma adictiva, taquicárdica y compulsiva por nuestros cerebros.
Y seré feliz si han llegado ustedes hasta la mitad de este artículo, porque el martes vi a medio campo del Barça mirando los móviles mientras se sucedían las jugadas en el campo (esa es la oportunidad del fútbol adolescente propuesto por Piqué). Nos hemos vuelto dependientes por pendientes de las pantallitas que llevamos en el bolsillo y ya no aguantamos todo un partido sin mirarlas.
Por eso, la fortuna de los plutócratas digitales es hoy la más preocupante para todos. La Unión Europea ha preferido plegarse a sus exigencias y cada minuto que pasamos en sus plataformas les hace más ricos.
¿Acaso no hubiera sido posible un Google, Amazon o Instagram europeos como sí los hay chinos? Pero los intentos antimonopolio frente a Google y los demás han sido desarticulados una y otra vez por sus propietarios plutócratas. De ahí que constituyan una amenaza creciente para nuestras democracias y salud mental.
John Adams advirtió a Thomas Jefferson que el mayor peligro para la recién nacida república de Estados Unidos no eran los monárquicos, sino los aristócratas y sus inmensas fortunas. Hoy la nueva aristocracia digital tiene mucho más poder, influencia y futuro que ellos.