Siempre he sido un firme defensor de la celebración de los Juegos del Mediterráneo del próximo año. Creo que, dentro de las posibilidades que tiene Tarragona, este evento es una de las mayores citas deportivas que puede organizar una ciudad mediana como la nuestra. El esperado legado en mejoras de instalaciones –junto a la construcción de las nuevas– es, sin lugar a dudas, la gran «excusa» que sirve para argumentar la organización de estos Juegos que, la verdad sea dicha, son de un segundo o de hasta un tercer nivel deportivo. Como baloncestista en activo que soy del mundo de la canasta, soy consciente de los déficits que tiene Tarragona en equipamientos destinados a la elite de este deporte en comparación con otras localidades como Lleida, Girona, Vilanova, Granollers o Manresa. Por esto, la sola edificación del Palau d’Esports –que permitirá que la ciudad pueda contar con un pabellón con capacidad para 5.000 personas– ya justifica para mí la celebración de los Juegos. Por esto me inquietan especialmente las dudas que han aparecido a lo largo de los últimas semanas acerca de su construcción. El calendario aprieta, las empresas saben que el tiempo está a su favor y –por ello– cada vez piden más dinero. A día de hoy, la previsión más optimista es que la obra esté lista sólo 45 días antes del inicio de los Juegos, previsto para el 30 de junio de 2017. Sinceramente, espero que este extremo se cumpla, ya que si al final se renunciara a construir esta instalación para mí los Juegos del Mediterráneo dejarían de tener ningún sentido y me decantaría por la opción de renunciar a su organización.
Sin Palau no creo en los Juegos
19 mayo 2017 19:37 |
Actualizado a 21 mayo 2017 20:37

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