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    Blues de Navidad

    14 diciembre 2022 18:30 | Actualizado a 15 diciembre 2022 07:00
    Juan Ballester
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    Fue una Nochevieja, en la nieve. La celebrábamos con unos amigos en unas casas pareadas absolutamente idénticas, y sucedió una de esas cosas que luego siempre te acompañan. Unos minutos antes de las doce campanas salí a fumar bajo una copiosa nevada que me dejó el pelo blanco. Y cuando regresé a la vivienda de mis anfitriones, me extrañó la oscuridad.

    Era el mismo recibidor, la misma cocina, el mismo pasillo distribuidor, nada diferente salvo la penumbra y un inesperado silencio sepulcral mientras me adentraba hacia el salón. Y lo que apareció frente a mí fue lo contrario de un jolgorio: una mujer madura, solamente iluminada por la pantalla del televisor, sostenía un cuenco con las uvas de la suerte.

    Al descubrir mi silueta podría haber gritado, pero no se alarmó, la puerta estaba entreabierta y parecía estar esperándome. Así que me acomodé en un sillón orejero encarnando el papel del muerto que la acompañaba. Era evidente que no estaba sola y en aquel estar seguía presente el fantasma de alguien.

    Se llama el blues de la Navidad al Síndrome de la Nostalgia que causa estragos en los tiempos del verbo. Se trata de un Trastorno Afectivo Estacional (TAE), un pequeño derrumbe emocional que afecta al 44% de la población, según la Organización Mundial de la Salud. Aunque se da frecuentemente entre quienes han sufrido la pérdida de un ser querido, el distanciamiento con otras personas, las separaciones son caldo de cultivo, también resulta muy dolorosa.

    Puede provocarlo simplemente la añoranza por no poder regresar a tiempos pasados, o la angustia de las celebraciones para quienes pasan por un mal momento económico y no pueden derrochar en estos tiempos de consumismo. En el foro de comentarios de un artículo de prensa digital titulado ‘La Navidad y su puta madre’, se resalta la hipocresía de que debemos comer perdices al precio que se está poniendo con la inflación la obligación de ser feliz.

    Resalta la hipocresía de que debemos comer perdices al precio que se está poniendo con la inflación la obligación de ser feliz

    Según los psicólogos, la sintomatología para diagnosticar la depresión blanca es muy amplia. Fobia hacia los abetos, la nieve artificial, los anuncios de la lotería y los turrones, a las burbujas Freixenet o a los niños de san Idelfonso. En las consultas, suelen colocar una zambomba o pandereta esperando la reacción irritada de los pacientes. Y en Catalunya se conoce informalmente como el síndrome de Pinocho, porque cuando golpean al Tió de Nadal para que cague, los afectados sienten los garrotazos en su propia corteza.

    Aunque no se considera una patología de salud mental que requiera tratamiento, algunos blues han teñido de rojo la blanca Navidad. Un hombre que llevaba la ensaladilla Olivier hacia la mesa, mientras los niños cantaban Noche de paz, fue apuñalado por su esposa con el cuchillo trinchador cuando se le cayó y la pisó sin querer. Y, en 2008, en la Matanza de Covina, Bruce Jeffrey se disfrazó de Papá Noel, llamó a la puerta de su exsuegro con un paquete envuelto para regalo que contenía un lanzallamas y calcinó a los 25 miembros de su antigua familia.

    Una de las causas más habituales de este estado melancólico es la soledad. Para los 503.500 hombres y 1.356.300 mujeres mayores de 65 años que viven solos, el tiempo transcurre al ritmo de la burra que va a Belén. A quienes les visita la Niña del azul, que así se conoce entre poetas a esa damisela que regala pétalos de hielo, les deseamos sinceramente que estos días pasen de forma liviana y 2023 sea menos duro de lo poco que esperan.

    Una de las causas más habituales de este estado melancólico es la soledad; el tiempo transcurre al ritmo de la burra que va a Belén

    En Christmas Carol, además de los buenos deseos para estas fiestas, Charles Dickens nos enseña dos cosas: la primera es que, como le sucedió a la señora de las uvas, los muertos tienen la fea costumbre por estas fechas de fugarse del panteón y plantarse en el salón cuando menos te lo esperas. Y la segunda, que no hay nada más complicado en literatura que hacer creer que un difunto te ofrece el hombro para descargar las penas.

    En nuestro caso, nos debatíamos entre intervenir o narrar la situación callando, como decía Vargas-Llosa. Pero como a la primera uva que engulló la mujer ya se veía que iba a atragantarse en su propio llanto, en las siguientes le pedí que las tomara con resignación. Y ella me reprochó con la boca llena, escupiendo pepitas, «cuánto te añoro». «No pasa el tiempo». Incluso, «Hijo de tu madre, ¿quién te dio permiso para dejarme tirada?».

    Estos días de Navidad son de sonrisas y también de lágrimas por el pasado pluscuamperfecto. Si las penas compartidas son mitad penas, la dicha de los demás en compañía hace sentir doblemente desgraciado a quien la echa en falta. Las cuatro emociones, felicidad, miedo, rabia y tristeza, son suyas, y cumplen su función. Ame a su dolor como a sí mismo.

    Desde que aquella noche de San Silvestre de 2015 me equivoqué de apartamento, vivo aparcado en el blues. Estos días siempre me acompaña aquella señora, ¿qué habrá sido de ella?; y en las celebraciones, cuanto más campanas suenan o velas titilan, más visible se hace a mi lado. El espíritu navideño ofrece una cara oscura que no nos permite felicitar a los lectores que disfrutan de la reluciente sin cierta contención. Exige tener presentes a quienes les produce sofoco las calles comerciales abarrotadas de amigos invisibles.

    Escritor y editor afincado en Tarragona, autor de obras como ‘El efecto Starlux’ y, más recientemente, ‘Ese otro que hay en ti’. Impulsor del premio literario Vuela la cometa.

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