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Gritar y mentir más

29 septiembre 2023 18:20 | Actualizado a 30 septiembre 2023 14:00
Josep Moya-Angeler
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Decía Rusiñol que «si tienes razón, grita; y si no la tienes, grita más para que los otros crean que la tienes». Este consejo aberrante podría ampliarse añadiendo que si no tienes razón, miente más para que parezca que tienes razón. No sé si Núñez Feijoo y Óscar Puente saben quién fue Rusiñol, pero han seguido muy bien estos consejos en el debate que hemos vivido-sufrido esta semana. Por intentarlo, que no quede. Algo parecido le pasa a Yolanda Díaz, aunque sea fuera del Congreso. Díaz comenzó hace meses su etapa como líder de Sumar vestida de oveja y ahora ha culminado sus excentricidades desbarrando sobre los ricos.

Es cierto que el nivel de expresión de la clase política española ha mejorado muchísimo desde la mal llamada transición. La dedicación exclusiva a la política ha favorecido la creación de ideas complejas, el saber argumentar y en especial tener técnicas de estructuración, aparte de una gestión de la información que a veces sorprende por su cantidad. Pero, en forma paralela, ha emergido (o tal vez no haya desaparecido) la manipulación constante de los datos, hasta el punto que la falsedad o parcialidad de buena parte de estos sirven de base argumental en sus declaraciones.

Podríamos decir que nuestros parlamentarios no solo no parlamentan sino que padecen del «síndrome del patio de colegio». Una ambición primaria les puede

Si no fuera porque está en juego el presente y el futuro de «un país importante, España» –Pujol dixit– y que en este país estamos nosotros, nos guste o no, podríamos decir que nuestros parlamentarios no solo no parlamentan sino que padecen del «síndrome del patio de colegio», haciéndonos entrar ganas de desapuntarnos y marchar a otro lugar. Disputas sin una base ideológica se enzarzan para conseguir o mantener el poder. Una ambición primaria les puede. Y una cultura del engaño, hija de la picaresca, se impone. Contemplado con frialdad, este panorama resulta deprimente.

Añadamos a esto que las circunstancias que determinan el momento actual son situaciones líquidas y nada sólidas. Hacen cambiar el rumbo al Estado para capear el constante temporal en que vivimos. Así tenemos una imagen de un país de enfrentamientos, cosa incierta pero que por el contagio de la clase política y unos medios de comunicación cada vez más radicalizados contagian y abren camino en la población, en general gente de buena fe.

Todo ello ha saltado al primer plano en el debate de investidura de Núñez Feijoo (sin acento, por favor) que ha resultado ser un constante cruce de acusaciones casi sin rastro de lo que debiera proponer un candidato a la investidura, es decir un programa de gobierno. Una lástima. Hemos echado en falta la positividad de un posible presidente de Gobierno. Quizás porque el candidato –un buen orador– no merecía ser eso, un candidato.

En las largas horas de escucha a los políticos también ha faltado el sentido profundo de la política, su vocación de servicio, su intención social

En las largas horas de escucha a los políticos también ha faltado el sentido profundo de la política, su vocación de servicio, su intención social y el sentido de la dimensión espiritual que tiene su misión.

Recelo que pocos de los oradores se han leído Fratelli tutti, la encíclica de Francisco, que es una lección sobre la verdadera dimensión de la política y una denuncia de su mal uso. Francisco es claro, audaz y magistral. Pero casi nadie le hace caso en este mundo en donde se confunde fe con devoción, esperanza con cortoplacismo y caridad con egoísmo.

La respuesta es creer que siempre se tiene razón y que por ello se tiene el derecho a gritar, mentir y, si hace falta más, dejar al diálogo sin espacio. Y sin embargo, se llama Parlamento.

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