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    La mítica 340

    Era una ruta legendaria construida sobre la calzada de la Vía Augusta que pasaba por debajo del arco de Roda de Berà, del siglo I antes de Cristo

    27 julio 2022 09:36 | Actualizado a 27 julio 2022 09:38
    Juan Ballester
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    Escritor y editor afincado en Tarragona, autor de obras como ‘El efecto Starlux’ y, más recientemente, ‘Ese otro que hay en ti’. Impulsor del premio literario Vuela la cometa.

    Era una ruta legendaria construida sobre la calzada de la Vía Augusta que pasaba por debajo del
    arco de Roda de Berà, del siglo I antes de Cristo
    Rompemos una lanza por la sombrilla y la toalla. Hay que dignificar al camarero y la camarera como uno de los dos grandes distintivos que simbolizan la industria
    de las vacaciones

    Estamos viviendo días excepcionales, hay ganas de vivir, de disfrutar, ir a la peluquería y olvidar la pesadilla. Dos portadas consecutivas de este diario están relacionadas con este momento. Una, que han vuelto los guiris y el sector de la hostelería y turismo, el más castigado por la pandemia, está tirando del carro de la economía. Y, otra, que los muertos de la AP-7 se han triplicado respecto a las fechas anteriores a la pandemia.

    La autopista AP-7 se construyó durante la década de los setenta y en su día fue muy vanguardista. Recorre toda la costa mediterránea, desde la frontera con Francia hasta Algeciras. Recuerdo a mi padre en el Renault-7 encestando las monedas en la canasta para abrir la barrera, de camino a Vinarós.

    Varias cosas la hicieron especial. Adelfas rojas, rosas y blancas en la mediana impedían que te deslumbraran al cruzarte. No era del clásico asfalto negro, la capa de rodadura estaba compuesta de un material rugoso que facilitaba el agarre de los vehículos. No tenía rectas sino unas curvas suaves para aumentar la atención de los conductores. Balizada con hitos de arista reflectantes y postes SOS cada dos kilómetros, no había límite de velocidad ni cinturones de seguridad.

    Pero, sobre todo, ofrecía una alternativa muy segura a la Nacional 340, una ruta legendaria construida sobre la calzada de la Vía Augusta que pasaba por debajo del arco de Roda de Berá, del siglo I antes de Cristo. Es la carretera más larga de España, la que más ciudades costeras unía, y también la que más bombillas rojas y puntos negros tenía.

    Nosotros veraneábamos en una casa a sus pies y por ella vimos llegar a los primeros turistas europeos mirando por la ventanilla a cuánto corrían sus coches. El turismo de Sol y Playa se remonta al Tiburón, el Escarabajo, el bikini, la petanca y los chiringuitos de chamizo. Ellos eran unos pieles roja que también nos trajeron aires de libertad.

    Un sketch de Los Morancos nos evoca sus orígenes. Un hombre se acerca a la barra con su esposa, una señora muy poco agraciada. Él quiere una caña y cuando ella le pide una Mirinda, el camarero le susurra al oído: «Hacía tiempo que no la sacaba».

    Dejando goma en su calzada han convertido nuestro litoral en lo que somos y a nuestras costas, desde la Riviera italiana y la Costa azul francesa, en la zona turística más concentrada del planeta. Primero, goteando, entraron dos millones que pasaron a cinco en 1965. Hoy, España compite con China por el segundo lugar del ranking con casi ochenta y cinco millones de turistas no residentes. Muchos de los cuales ya consideran la costa Brava, Dorada, del Azahar, del Sol, Cálida o de la Luz, su segundo país esperando el día que será el primero.

    Dios lo puso todo en esta latitud, pero no conviene dejarlo a su gracia. Todos los planes integrales para el de Sol y Playa no han tratado a esta Industria de la Hostelería y Turismo como lo que realmente es y representa.

    Vives con tristeza la inacción para acometer la delicada cuestión de que nos estamos quedando sin playas. Que faltan cincuenta mil camareros. O preguntarse dónde está el Corredor del Mediterráneo pendiente desde 1992 por una falta vergonzosa de voluntad política de la capital. Nadie había cometido una ofensa así desde que los griegos diseñaron esa ruta hacia África en el siglo VI antes de Cristo.

    No pasa mucho tiempo sin que algún mentecato lo menosprecie o un tertuliano reste importancia al empleo por su estacionalidad. Los camareros no tienen buena reputación y los meaplayas con corbata de Madrid consideran al de la pajarita un oficio de segunda división. Garzón declaró que España ingresó en la UE como resort de Europa y que la Hostelería y el Turismo son sectores precarios y de poco valor añadido.

    Rompemos una lanza por la sombrilla y la toalla. Hay dignificar al camarero y la camarera como uno de los dos grandes distintivos que simbolizan la industria de las vacaciones. Casi siempre con una sonrisa, trabajando noches y fines de semana para aprovechar la temporada, mientras los demás comen, beben, compran, se bañan, alternan, bailan o ligan. Trabajan cuando el resto dejamos de hacerlo y quienes servimos, necesitamos el agradecimiento de los atendidos.

    Hace unos días asistí a un accidente, crucé la autopista y saqué por la luna delantera de un camión a su conductor, en la cuneta de la AP-7; y desde entonces he vuelto a transitar por la Nacional, que ha sido como regresar estos días a la infancia y la juventud.

    Como nos enseñó Kerouac, el destino solo es el camino, y, si el segundo lugar de honor es para la bandeja plateada, la cruz de oro corresponde a la carretera N-340, testigo excepcional de este fenómeno inaudito del que hemos sido contemporáneos.

    Proponemos un homenaje para convertirla oficialmente en icono de la industria española de Sol y Playa. Toda compañía turística que se precie, (hoteles, restaurantes, campings, ferias, transporte, discotecas, agencias de viaje...) debería exigir a sus empleados trabajar con chanclas y calcetines blancos. Y exhibir en su hall uno de aquellos mojones o hitos kilométricos de 80 centímetros de altura, fabricados en hormigón macizo, con tres perfiles y un sombrerete de color rojo.

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