Cuando alguien empieza una declaración de disculpas con la frase «seguramente me he equivocado», efectivamente, ¡se equivoca! Definición de ‘seguramente’: adverbio. Indica que se considera bastante probable, aunque no seguro, lo que se afirma.
La probabilidad implícita en este adverbio pone de manifiesto que la persona que lo usa no entiende las consecuencias de sus actos y rebela su gran inconciencia. «Seguramente» Luis Rubiales, Presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), pretendía en su comunicado minimizar los daños provocados a la jugadora, o no... Ya que usando esta palabra no hace otra cosa que ofender aún más, si se puede.
Analicemos por partes las declaraciones de Rubiales. En primer lugar, cuando nos enfrentamos a una declaración pública, sobre todo en un tema tan sensible como el consentimiento o las posibles agresiones sexuales (las haya habido o no), es un error de manual no ser cauto con el vocabulario. Las palabras y todas sus capas de lectura dejan siempre al descubierto la intencionalidad del portavoz.
Destacaré dos pequeños ejemplos sobre las declaraciones de disculpas del Presidente de la RFEF, que ponen de relieve la falta de sinceridad de sus palabras:
Rubiales, de entrada, empieza su declaración mal, ¡muy mal!: «Seguramente me he equivocado». Este «seguramente» deja claro que hay una gran posibilidad, aun siendo pequeña, de no haberse equivocado. En este contexto el adverbio hace que el sentido de su frase cambie por completo y se acaba desvelando que en su foro interno Rubiales cree haber hecho lo correcto, o que el hecho en cuestión no ha sido tan malo como para generar el revuelo que se ha creado.
En otro momento de la declaración su inconsciente le traiciona y declara «si hay gente que se ha sentido por esto dañada, tengo que disculparme; no queda otra...». ¿No queda otra?, ¿en serio, Luis? Con este latiguillo te abres en canal y nos dices que te disculpas por la presión mediática, que no es una disculpa real que nace de entender tu error. Parece más bien como cuando una madre obliga a sus hijos a hacer las paces, se disculpan, sí, pero es evidente que ninguno de los dos se ha bajado de su burro.
Si movemos un poco el foco de este incidente concreto y lo extrapolamos al movimiento Me Too, podemos ver como la presión ejercida por la jerarquía de poder puede llegar a hacer que incluso la mujer justifique y minimice los hechos; y que el hombre incluya a la víctima como parte de la acción. «Todo lo que ha ocurrido entre una jugadora y yo... sin ninguna mala fe entre las dos partes...». Ay, ay, ay, Luis, así no.
Este ejemplo nos sirve para ver la falta de conciencia del acosador cuando rebasa sus límites, la fuerza ejercida en un gesto que ambas partes declaran sin importancia y de amigos acaba ofendiendo aún más, sobre todo, a aquellas personas que viven, o han vivido, situaciones de acoso o de microacoso. Esta falta de conciencia es un grave problema, tanto para las mujeres, inconscientes por la percepción de normalidad de ciertas conductas, una normalidad que deviene de la costumbre, como para estos hombres programados para ser continua y persistentemente condescendientes con el género femenino, la cual cosa hace que se pierda su foco de realidad y distorsione el nivel de gravedad de sus actos.
No hablemos solo de este beso directo (y en directo), que al estar hecho en público denota claramente que él se creía con la potestad de poder entrar sin problema en el espacio íntimo de la jugadora, no pensó en ningún momento que esto la podría incomodar ¡y eso sin pensar en cómo se debieron sentir sus padres, o sus respectivas parejas!
Creerse con la potestad de hacer, ese es el problema de fondo: la falta de conciencia de sus actos y la forma de relacionarse con el otro género sin saber, ni tan siquiera querer saber, cómo se puede sentir la otra parte.
Pasa a diario en todos los ámbitos profesionales, y no hay que ir a Hollywood, basta con pasarse por miles de oficinas donde algún jefe se sitúa inapropiadamente cerca de ti, detrás de tu silla, pasando el brazo para enseñarte a usar el nuevo programa de gestión; en una reunión donde un brazo te ayuda a pasar a otra sala sosteniendo la parte baja de tu cintura (cuando no hay problema de movilidad ninguno); y un largo etcétera de pequeños gestos que nos incomodan, pero cuando las mujeres los verbalizamos parecemos unas locas exageradas.
«¡Eh! Pero no me ha gustado. ¿Y qué hago yo?», Jennifer Hermoso. Eso es lo que piensan millones de mujeres que conviven diariamente con los pequeños gestos incomodantes que, para más inri, en muchas ocasiones tienen que reírles las gracias a estos señores que no son capaces de ver los límites de las relaciones laborales.
Seguramente, no todo es culpa de ellos, supongo que debieron ver muchas películas en la época del destape donde las fórmulas de acoso se normalizaban de una forma muy natural, incluso graciosa. Quizás ya es hora de que empecemos a ver que ciertas conductas han perdido la gracia.