Leo con emoción a mi director de siempre, Antoni Coll, describir la desprotección de Teresa –un abrazo muy fuerte, amiga entrañable– ante el ataque de un ladrón que hace una semana la agredió y le robó el móvil y el bolso. También sufrió mi madre un atraco similar no hace tanto en las calles de Tarragona.
Mi columnista de referencia dirige una carta directa y desarmante al delincuente haciéndole saber que el dinero que robó iba a servir para dar techo a quienes carecen de él en nuestra querida ‘Fundació Bona Nit’.
A mí también me gustaría, de paso, que a ese chorizo que acecha en nuestras calles a las señoras con bolso y móvil, un policía, además, lo hubiera detenido sin murmurar por lo bajini que «para qué, si lo van a soltar y volverá a robar y volverán a soltarlo...».
Y un juez después lo hubiera condenado por poner en peligro la vida de una persona por 20 euros y un móvil que ni los vale.
Pero no pudo ser. Solo me gustaría reflexionar ahora un minuto con ustedes sobre el porqué.
Y por eso me permito aquí dirigir también, en consecuencia, otra llamada a los legisladores y jueces de una Justicia, la nuestra, que de tan garantista con los presuntos criminales desprotege a las que –esas seguro– son sus víctimas.
Nuestras juezas y jueces –y conozco unos cuantos exmagistrados con los que comparto claustro en el MUA de Esade– se quejan con razón de falta de medios y alegan ante nuestra indefensión que ellos se limitan a aplicar el Código, como hicieron, por ejemplo y desgraciado, con resultados lamentables, solo atribuibles al ígnaro político legislador, tras la reforma del ‘Sí es sí’.
Y tienen razón: nuestros jueces y, en general, nuestros profesionales del tercer poder no están bien pagados; carecen para empezar de los medios informáticos sin los que –resulta hasta ridículo decirlo– es hoy indispensable para administrar justicia; y se ven obligados a cumplir un derecho procesal que también contribuye a dilatar el tiempo que transcurre entre el delito y su condena, que cuando llega es ya imposible que sea justa.
Ayer mismo ocupaba titulares un banquero que ha tardado... ¡Ocho años! en ser juzgado por un delito que presuntamente cometió en el 2016. Nuestra justicia –y no es noticia decirlo– es tan lenta que no es justicia.
Pero también déjenme asegurarles, magistrados, que contarían con más empatía y solidaridad entre los ciudadanos y entre todos lograríamos mejorar nuestro tercer poder si también se rebelaran contra los legisladores –y votaríamos en consecuencia– que permiten que a un ladrón se le detenga cientos, literalmente, de veces por un mismo delito.
Les animo a que discrepen de ellos en público como hacen ahora no solo por las grandes causas con las que se han granjeado tantas simpatías entre los electores: hablo del inexcusable retraso por motivos exclusivamente partidistas en la elección del CGPJ; o de la ley de Amnistía que a algunos de ustedes desespera...
¿Por qué no vemos igual celo reivindicativo en sus señorías en las causas que afectan a señoras a las que roban el bolso, como Teresa?
Les aprecio y admiro, señores magistrados, y estoy convencido de que contamos con muchos de los mejores profesionales de la Justicia europea; pero también les animo a acercarse al administrado –los medios existen y si no, los pondremos: cuenten con esta columna– cuando tantos legisladores solo se nos acerca para pedirnos el voto y seguir siéndolo sin poner remedio a la injusticia.