Tengo delante la última carta del doctor Lluís Delclòs, fechada en Houston el 14 de abril, en la que me hacía partícipe de la celebración de sus 90 años: misa en los jesuitas y un piscolabis, acompañado de un díptico con fotos de su vida y agradecimientos suyos, entre ellos uno dedicado «A Teri (Maria Teresa) mi esposa. La conocí de adolescentes; me dio seis retoños, todos ellos universitarios. Compañera fiel en mi largo e incierto caminar».
Cuando volvía a Tarragona, me invitaba a tomar un café. El médico era el lector más ilustre de esta pequeña sección que hoy le dedico emocionado.
Perteneciente a una prestigiosa saga, se consideraba un hombre con una vida feliz. Tenía motivos: su familia le adoraba y sus muchos pacientes también. Su corazón era grande como Texas, su patria de adopción, y había espacio en él para sus antiguos condiscípulos de Tarragona. Era un corazón enamorado.