Batalla campal con cuchillos y barras de hierro entre los ocupas del Rancho Grande

Los implicados en la pelea llevan años generando inseguridad y atemorizando a los vecinos del barrio que, el pasado lunes, observaban atónitos desde sus ventanas la escena

23 junio 2020 18:00 | Actualizado a 24 junio 2020 07:02
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«Salía de mi portal y, sin darme cuenta, tenía enfrente a un chaval con un cuchillo de un palmo. Pasé el miedo de mi vida». Este es uno de los testigos que presenciaron la batalla campal con armas, que tuvo lugar el pasado lunes en El Serrallo. Y no es la primera. El barrio marítimo de la ciudad lleva años sufriendo episodios de peleas, robos y drogas, que tienen como protagonistas los ocupas del Rancho Grande, un bloque de pisos ubicado en la calle Sant Andreu, número 2. En los últimos meses, la inseguridad se ha vuelto más palpable que nunca con la llegada de nuevos ocupas ilegales. El barrio está al borde del abismo y los vecinos piden soluciones para poder vivir tranquilos y sin miedo.

Todo empezó minutos antes de las nueve de la noche, en el cruce de las calles Sant Andreu y Sant Pere. «Oíamos muchos gritos, pero ya estamos acostumbrados. Enseguida vimos que la cosa era más grave de lo habitual», dice Antònia, una vecina de la calle Sant Pere quien, como todas las personas que aparecen en este artículo, prefiere mantenerse en el anonimato por miedo a las represalias.

Entre 20 y 25 hombres y mujeres protagonizaban una batalla campal en plena calle con cuchillos, navajas, barras de hierro y bates de madera. Se trataba de los dos clanes que ocupan ilegalmente el Rancho Grande. «Corrían como locos, arriba y abajo. Yo, que estaba en el balcón, no me atreví ni a sacar el móvil para hacer una foto. Realmente daba miedo. Parecía una película», asegura Mario, otro vecino de la zona.

La pelea multitudinaria llegó a la calle Trafalgar, donde están montadas las terrazas de los restaurantes de El Serrallo. Los clientes, atónitos, presenciaban la batalla campal. El grupo se desplazó hasta el paseo, donde siguieron chillando e insultándose. Vecinos y restauradores de la zona llamaron a la policía. «Llamo una media de cinco veces por semana. Siempre por lo mismo: se pelean, chillan y se insultan. Ayer –el lunes para el lector– también llamé, pero cuando los ocupas oyeron las sirenas, se montaron en un coche y se fueron», explica Mario, quien añade que «cuando llegó la policía, ya no quedaba casi nadie. Siempre pasa lo mismo».

La batalla campal duró cerca de 45 minutos, según explican algunas fuentes. Durante ese rato, ningún vecino del barrio se atrevió a salir de su casa. «Todos los involucrados en la pelea conviven como ocupas en el Rancho Grande. Se pelean entre ellos», explica Lucas, otro vecino, quien añade que «la de ayer fue más dura. Había un chico que tenía la cabeza llena de sangre».

Llegaron los efectivos policiales: Mossos d’Esquadra, Guàrdia Urbana y Policía Portuària. Un desplegamiento importante después de que les avisasen de que la pelea era multitudinaria. La Urbana acabó deteniendo a un joven de origen magrebí, de 19 años, que estaba herido por arma blanca por resistencia a la autoridad.

Por su parte, los Mossos d’Esquadra enviaron varias unidades de seguridad ciudadana hasta el lugar para dar apoyo a la Guàrdia Urbana. Finalmente, hasta el lugar se desplazó una patrulla de los ARRO, quien identificó hasta cinco jóvenes de origen magrebí, entre 17 y 18 años. Los agentes de las Àrees Regionals de Recursos Operatius (ARRO) siempre acuden al lugar de los hechos cuando se trata de una pelea tumultuaria.

El origen: la ocupación ilegal

La del pasado lunes es solo un episodio más en el día a día de este barrio tarraconense. El origen de la problemática hay que buscarlo en la ocupación de varios pisos aprovechando que habían quedado vacíos al pasar a manos de entidades bancarias. Hablamos de hace entre tres y cuatro años. El foco se centra en el edificio ubicado en la calle Sant Andreu, número 2, conocido popularmente como Rancho Grande. Para hacerse una idea de la situación, en el bloque solo quedan dos o tres propietarios, que viven atemorizados por el ambiente que se respira. El resto está ocupado por familias, la mayoría de sus miembros cuentan con un largo historial de actividades delictivas, como robos o trapicheos de drogas.

Y no solo protagonizan peleas y batallas campales. La mayoría de balcones de estos pisos dan al callejón que separa las vías del tren de El Serrallo. Los ocupa tiran la basura de arriba a abajo. La insalubridad es tan extrema, que la Guàrdia Urbana se ha visto obligada a cerrar el paso por esa calle. Los vecinos ya no pueden acceder al barrio por esa calle. Se han resignado por completo.

«Nací aquí y decidí en su momento quedarme en el barrio para criar a mi hija. Después de todo, me arrepiento. Quiero irme ya, más que nada para que mi hija no crezca en este entorno tan hostil», aseguraba hace unos días Antonio, un vecino.

Por su parte, la Associació de Veïns del Serrallo lleva años manteniendo reuniones con el Ayuntamiento. Mano a mano buscan maneras de acabar con esta situación tan compleja. Hace unos días, el presidente de la entidad vecinal, David Martín, explicaba que «es un problema grave, al que dedicamos muchos esfuerzos y donde los pasos a seguir resultan lentos y de difícil percepción. Seguiremos luchando».

Ultimátum para los bancos

Por su parte, el Ayuntamiento ha dado un ultimátum a las entidades bancarias y a los fondos buitres, propietarios de la mayoría de los pisos ocupados ilegalmente en el bloque del Rancho Grande. Si no se hacen cargo de los inmuebles en un plazo corto de tiempo, el Consistorio no va a dudar en sancionarles. Xavi Puig, portavoz del gobierno municipal, aseguraba hace unos días a esta redacción que «para poder solucionar el problema, necesitamos que los bancos se hagan responsables de sus pisos. Es el primer paso para acabar con esta inseguridad en El Serrallo».

La situación en este barrio tarraconense es cada vez más insostenible. Los vecinos piden soluciones urgentes. «Me da la sensación de que El Serrallo se va a convertir en el barrio de La Mina de Barcelona», asegura María, una vecina, quien grita, alto y claro, que «no lo vamos a permitir».

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