Ganas de Juegos y de Mediterráneo

El concierto previo a la inauguración reunió a un público variopinto con ganas de disfrutar de los juegos... Y del verano

21 junio 2018 11:59 | Actualizado a 21 junio 2018 12:02
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Puntualísimos, a las ocho de la tarde arrancaban los Buhos el concierto que serviría de abreboca de cara a la inauguración de los Juegos del Mediterráneo. 

Tal vez por la hora, tal vez por las ganas de tomar el aire cuando el calor por fin daba un respiro, el público no podía ser más familiar.

Convivían por igual los carritos de bebé, un niño al que se le derretía el helado, una niña que saltaba cuidando de que no se le cayera la corona (a quien su madre seguramente no pudo persuadir de dejarla en casa), los abuelos que comentaban la jugada desde un banco (gritando más de lo normal, eso sí), los adolescentes estrenando libertad y las familias que montaron un picnic a la orilla del Jardin Vertical.

Anna-Lou y Marina, dos voluntarias de Francia e Italia camufladas entre los espectadores, decían que esto (el concierto en la calle, la fiesta) era «un auténtico regalo, junto con la oportunidad de convivir con personas de 27 nacionalidades».

No eran las únicas que estaban circunstancialmente en Tarragona. Encontramos a jóvenes de la Selva del Camp, Reus, Cambrils, Montblanc, Valls... De hecho, el cantante de Buhos se puso a saludar a los de Tarragona y a los foráneos y sí, eran tantos los de la ciudad como los de fuera.

Era el caso de Maria y Aintxane, de La Selva del Camp, que reconocían que apenas estos días habían comenzado a estar más pendientes de los Juegos, aunque el concierto sí que lo tenían bien controlado.

Un solo mar

Fernando, un abuelo que señalaba que se estaba dando un paseo «hasta que el cuerpo aguante», decía que estos atardeceres en la calle «son justamente la esencia del Mediterráneo», como proclamaban las pancartas de Estrella Damm, patrocinadores del concierto.

Y sí, era la mejor cara del Mediterráneo, que no la única. La más triste, la de los que mueren en ese mismo mar, también apareció ni que sea en un segundo plano. Unos carteles colocados en las puertas de los lavabos portátiles recordaban discretamente, con la reconocible foto de Aylan, el niño sirio ahogado, que ayer era el día internacional de los refugiados.

Fernando, el mismo abuelo, reflexionaba, ya de retirada, cerca de las nueve, que justamente las cosas más terribles también nos hacen valorar los buenos momentos. Lo decía mientras señalaba los bolardos y los coches de la policía, un recordatorio de que al Mediterráneo también le golpea el terrorismo, aunque ya nos hemos acostumbrado al ‘paisaje’ de medidas de seguridad.

A medida que se acercaba la esperada llegada de Love of Lesbian adolescentes y jóvenes iban copando la escena. Un pequeño mar de cabezas, también mediterráneas, se movían al compás.

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