La taberna, ese reducido espejo de la compleja y siempre cambiante realidad social

‘Al final siempre llueve’ es la primera novela del barcelonés afincado en Tarragona Oliver Bueno Rueda, con la que teje una historia de diversidad en un mundo contemporáneo

01 septiembre 2020 17:14 | Actualizado a 01 septiembre 2020 17:19
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

«Antonio es un hombre normal, con el que casi todo el mundo se puede identificar. De cara al exterior, casi podríamos decir que es anodino. Del mismo modo, tampoco tiene un gran palacio interior. Con inquietudes habituales, le gusta el cine y poco más».

Antonio García es el protagonista de Al final siempre llueve (Libros Indie), la primera novela del barcelonés afincado en Tarragona, Oliver Bueno Rueda, una obra que surgió hace poco menos de una década, ya que hacia el 2013 finalizó la versión inicial, «sin corregir ni editar. Me faltaba ponerme un mes para pulirla y eso fue precisamente lo que hice».

Oliver es historiador, una faceta  esta a la que nunca se ha dedicado profesionalmente. Siempre ha sido librero y una de sus pasiones es el rol, juegos de miniaturas y de mesa. Por ello, en la actualidad regenta la librería Drakkar en Tarragona donde organiza partidas con los roleros habituales e invita a sumarse a ellas a los neófitos. Paradójicamente, la historia que cuenta en Al final siempre llueve nada tiene que ver con este mundo. 
La novela transcurre en el interior de un bar del extrarradio, de esos «muy típicos, que le pueden sonar a todo el mundo».

La inmigración y el racismo, la crisis o la violencia de género, temas que se reflejan

Desde detrás de la barra, el protagonista ve pasar sus días desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la noche. Sin embargo, no por ello son rutinarios, ya que el local es un pequeño espejo de los acontecimientos sociales que siguen su curso en su entorno. Así, desde el independentismo a la inmigración, la eterna crisis o el todopoderoso fútbol. A buen seguro que sus parroquianos no hubieran desaprovechado un debate de la talla del de Messi. Todo tiene cabida entre las cuatro paredes que regenta. Todo se ve reflejado entre sus clientes y nunca sabe lo que le deparará la jornada. 

«Cuando la escribí pensé un poco en mostrar diferentes momentos porque todos hemos ido a un bar a la misma hora durante dos días seguidos. Y normalmente te encuentras a la misma gente», manifiesta Oliver, quien habla de su relación con la hostelería. «He tenido, sí», comenta. «Nací en Barcelona, pero crecí en Sant Andreu de la Barca -continúa-, con 25.000 habitantes y 1.000 bares, por decir una cifra al azar. No podías hacer otra cosa. O te ibas a Barcelona o te quedabas ahí. Y después, mis padres tuvieron un restaurante, aunque mi madre nunca me dejó trabajar demasiado».

Y en cuanto al fútbol, no quiere ni oír hablar del tema. «No me gusta», revela. «Las únicas ocasiones en mi vida en que he visto fútbol han sido cuando quedaba con los amigos o con mi padre. Eso sí me divertía porque a él le gustaba verlo».

Antonio, el tabernero, disfruta con una buena lectura. En la paz de su hogar devora los libros de su biblioteca en su viejo sillón y lo intenta con los autores orientales. Con Natsuo Kirino, mientras escucha los acordes de L’estaca, de Lluís Llach. También prueba con Murakami.

Como su personaje, Oliver lee casi todo lo que le cae en las manos. «Pero lo que más me gusta es lo más alejado del realismo que he escrito. Fantasía, policíaca y ciencia ficción», cuenta. De todo, aunque apenas novela histórica, por aquello de ser historiador y atisbar bajo la estricta lupa los acontecimientos narrados. «Siempre me sale el lado tiquismiquis y no me gusta», reconoce.  

Al final siempre llueve es, asimismo, un «homenaje a esos trabajadores con horarios de sol a sol». Y al mismo tiempo, una crítica al sistema. «A lo mejor, no puede haber una cosa sin la otra», dice Oliver. «No puedes ensalzar algo sin pararte a criticarlo un poco». Porque es en su trabajo donde Antonio encuentra su bálsamo desde que su mujer lo abandonó, una rutina de la que rechaza desprenderse a pesar de imaginarse una vida mejor en salvajes playas bañadas por el Atlántico, en otra parte del mundo. Le cuesta cambiar. «En realidad, yo creo que las personas no cambian. Pulen defectos o les salen otros nuevos, que tenían escondidos», defiende el autor.

Entre las páginas de Al final siempre llueve se barrunta una evolución social hacia la diversidad. Del local de barrio, de toda la vida, que cambia de manos. «Sigue siendo de toda la vida, pero ahora regentado por orientales». También tensiones étnicas y violencia de género. Es un relato con un desenlace inesperado, aunque de alguna manera previsible. 

En cuanto al título, Oliver señala que lo escogió de la misma forma que se hacía en las obras clásicas. «Me gusta mucho la historia clásica y en ella, sobre todo en los poemas, no se ponía título. Los autores empezaban a escribir y lo elegían de entre las primeras frases. Yo he hecho lo mismo, pero remitiéndome al final», explica. Un desenlace rápido e impactante que dejará al lector sin aliento.
Mientras digieren su final, Oliver continúa escribiendo «con asiduidad», aunque ya adelanta que «no será realismo. Esta vez, no».

Comentarios
Multimedia Diari