Un edificio fantasma: el calvario de los vecinos de la calle Armanyà

El esqueleto del inmueble está en mal estado y los vecinos denuncian que hay peligro por el desprendimiento de parte del encofrado. Hablan de la presencia de plagas de palomas e insectos

09 julio 2018 09:37 | Actualizado a 17 julio 2018 11:47
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Calle Armanyà, número 15. Así se llama la pesadilla que vive la comunidad de vecinos de esta calle paralela a la Rambla Nova, desde hace más de diez años. Se trata de un edificio que quedó a medio  construir, por falta de permisos. Los hierros y las láminas de madera que debían sujetar el inmueble se encuentran actualmente al aire libre, sin protección, lo que supone un peligro para los vecinos que viven en los bloques situados al lado que, en más de una ocasión, se han visto obligados a llamar a los bomberos.

Además, el esqueleto del edificio está lleno de palomas, gaviotas y plagas de insectos. Los vecinos aseguran no aguantar más esta situación y piden al Ayuntamiento que se encargue de derribar el edificio y, así, acabar con este problema.

El origen de la historia se remonta en el año 2007, cuando la empresa constructora Neoproyect decidió levantar un edificio de cuatro plantas en la calle Armanyà. El acceso, pero, estaba previsto por Rambla Nova, 34. El suelo era propiedad de una empresa vinculada con el que entonces era jefe de obras del Ayuntamiento de Tarragona. El inmueble empezó a construirse, pero sin la licencia correspondiente.

«Querían comprar parte de nuestras terrazas, para así ampliar la base del nuevo inmueble. Nos negamos y entonces empezaron las amenazas», relata Josep Companys, presidente de la comunidad de vecinos del número 17 de la calle Armanyà, quien ha denunciado la situación del inmueble abandonado en muchas ocasiones.

«La constructora sabía que no tenía espacio suficiente para construir el bloque. De hecho, se comieron parte de nuestra cimentación, lo que provocó que empezaran a aparecer grietas en las paredes de nuestras casas», explica Companys, quien añade que «finalmente, la constructora utilizó masilla expansiva –un producto que permite demoler todo tipo de rocas sin explotar–. Tuvieron que desalojar la familia que vivía en el primero, porque la pared se había deformado».

Los vecinos querían que las obras se paralizaran. No paraban de aparecer grietas por todas las paredes y la situación iba a más. Pero nadie movía ni un dedo. Uno de los momentos claves llegó durante la inauguración de la Plaça del Ball de Diables de Tarragona, situada justamente delante del polémico edifico. Los vecinos, a la desesperada, acudieron al acto con pancartas pidiendo que se pararan las obras. «Al día siguiente, nos llamaron del Ayuntamiento y, al cabo de tres o cuatro días, ya no quedaba ni un obrero en el lugar», relata Companys. 

Al cabo de unos meses, salió a la luz que el propietario del solar –en ese momento, jefe de inspección de obras del Ayuntamiento–, había iniciado las obras sin contar con licencia. Tanto los vecinos como el consistorio decidieron denunciarlo.

Aprender a vivir con ello

Desde entonces –año 2007–, nadie, exceptuando grupos de jóvenes ladrones que se llevaron parte del material de construcción y de herramientas, ha vuelto a poner el pie en esa obra. Pero el problema grave llega cuando sopla el intensidad el viento. 

«En el último vendaval, tuvimos que llamar al 112 porque una de las barras de hierro que sustenta el esqueleto salió volando e impactó contra nuestra fachada, provocando un desprendimiento», explica Josep Companys, quien asegura que «no podemos salir a las terrazas porque el material de la construcción –barras de hierro, láminas de madera y bloques de hormigón–, cae siempre allí». 

Companys reconoce que cuando hay vendavales, «en casa, tenemos que cambiar la posición de las camas, e intentamos evitar pasar por la zona del piso más cercana al esqueleto». Los vecinos sufren, principalmente, por los peatones que andan por la calle Armanyà. «Nosotros tomamos medidas y estamos prevenidos. Los peatones, no», asegura Companys, quien confiesa vivir con miedo. «Un día tendremos un susto», explica. Y es que las maderas que sustentan el edificio se han podrido. 

También han denunciado la presencia de palomas, gaviotas, ratas e insectos en el inmueble abandonado. Los excrementos de paloma predominan en la zona. «No solamente en la obras, también en el interior de las casas», asegura Companys. Por último, los vecinos alertan que el inmueble sirve de plataforma para grupos de ladrones. 

Los vecinos ruegan al Ayuntamiento que tomen medidas y que ordenen el derribo del edificio. «Pedimos que se haga sin comprometer la seguridad de nuestra casa, ya que está muy dañada por culpa de los trabajos que se hicieron en el 2007», asegura Companys. 

El esqueleto se encuentra al lado de la terraza de la heladería Farggi de la Rambla y tocando con la Casa Joan Miret, recinto donde se celebran eventos festivos. Trini Ferrer, propietaria del Farggi, asegura que debe tener la terraza cerrada al público, «porque este edificio es un foco de porquería». Ferrer añade que «han venido técnicos del Ayuntamiento, pero nunca actúan». 

A la espera de un trámite

Por su parte, el consistorio abrió, en febrero de 2015, un expediente al propietario del inmueble por incumplir la orden –dada en 2011–, de demoler el esqueleto. El Ayuntamiento decidió hacerlo él de manera subsidiaria y, en mayo de 2015, adjudicó la redacción del proyecto para derribarlo. Se marcó incluso una fecha, pero el propietario presentó un recurso contencioso-administrativo, por lo que los trabajos de derribo tuvieron que suspenderse. 

Después de las reiteradas quejas de los vecinos, los servicios técnicos valoraron que era necesario retirar de manera inmediata la parte del encofrado para garantizar la seguridad de las personas. Por eso, se solicitó al juzgado un levantamiento parcial de la suspensión. En estos momentos, el Ayuntamiento está finalizando los trámites para derribar parte del revestimiento, por ejecución subsidiaria. El proceso será largo, pero este es el principio del fin de la pesadilla de los vecinos.

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