Eduard Boada: «Cuando tuve la Covid llegaron a darme la extremaunción»

Novedad editorial. Hoy se publica ‘Històries de Casa Boada’, un libro que compila ochenta de las crónicas que el conocido tarraconense ha publicado cada semana en el ‘Diari’ desde febrero de 2020

21 abril 2022 18:20 | Actualizado a 22 abril 2022 05:20
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Eduard Boada es una de las personas más queridas de Tarragona. Hasta el punto de que su nombramiento como pregonero de Santa Tecla logró la unanimidad de todos los grupos municipales, desde la CUP al PP. Además es historia viva de la ciudad, a la que ama y a la que ha alimentado durante años con sus espectaculares bocadillos en su pequeño bar. Desde febrero de 2020, el Diari publica cada semana sus Històries de Casa Boada. Un libro, que sale hoy a la venta, recopila 80 de esos escritos. Editado por Ganzell, cuesta 20 euros.

Usted ha cumplido 80 años. De ahí que se editen en formato de libro sus primeras 80 crónicas publicadas en el Diari de Tarragona. ¿Qué valoración hace de estos 80 años?

Que han pasado muy rápido.

¿Por qué esa sensación de rapidez?

Me acuerdo de cosas que pasaron de pequeño. Si fuera tanto tiempo, quizás no me acordaría.

Pero eso se debe a que tiene buena memoria.

Bueno, sí, aunque, a veces, también falla. Llegar a los 80 años ha sido un sueño. Es como si se estuviera terminando la vida. He vivido muchas experiencias. He vivido una época maravillosa: desde ir con carros y que nadie tuviera teléfono a todo el progreso actual. Es algo impensable.

En estos 80 años, ¿cuál ha sido su mejor momento?

Cuando eres joven, tienes ganas de hacer cosas, tienes ilusión.

Pero todavía tiene ilusión. Escribe en el Diari cada semana.

Eso fue como una caridad que me hizo el señor Saumell. Me aburría mucho. Cuesta mucho pasar el día (Boada se refiere a Octavi Saumell, el jefe de la sección de Tarragona).

No, hombre. Para el Diari en particular y los lectores en general son crónicas interesantes.

Llevamos ya más de un centenar. Tengo dos álbums llenos. Para mí es una ilusión ver mis historias impresas.

Aparte de esta idea genérica de «cuando eres joven», ¿recuerda algún momento especialmente bonito?

Cosas desagradables las convertí en hermosas.

¿Por ejemplo?

La mili. Era muy desagradable, pero tuve la suerte de entrar en la banda de música. Había mandos, claro, pero era muy distinto. Siempre decían la palabra por favor, que en un cuartel no existe. Mi juventud fue triste. No estudié. Primero porque no servía y, segundo, porque en casa no podían permitírselo. Tuve que ayudar en el bar desde muy pequeño. Con ocho o nueve años ya hacía el trabajo de un adulto.

Pero usted tiene sabiduría popular.

Tuve la suerte de conocer a gente. Tuve aficiones artísticas y periodísticas. Éstas me las imbuyó Daniel de la Fuente Torrón, un periodista del Diari. Vivía muy cerca y yo iba a su casa muchas veces. En unas vacaciones, me animó a hacer de corresponsal de la agencia Piresa. Aprendí de los clientes y de la vida.

Claro.

Siempre digo que he estudiado la carrera en la calle Rovira i Virgili, donde está mi bar, que es mi universidad. La calle es también una universidad.

¿Hay algo que nunca le haya gustado?

La política. Me ofrecieron ir en una lista y lo rechacé.

¿En qué lista?

En una de izquierdas, pero yo no sabía ni qué era la izquierda ni la derecha. Lo que he visto es que todas las ideologías tienen parte de razón y todas se equivocan. Nunca me han atraído ni la política ni el fútbol. Tuve un futbolista del Nàstic de vecino y me decía que fuera a verle al campo. Nunca fui.

A usted, la política no le gusta, pero usted, a los políticos, sí. Todos los partidos apoyaron su elección como pregonero.

Yo también les quiero a todos. Tengo muy buenos amigos en todos los partidos. Los políticos, en el fondo, son buenas gente.

(risas) ¿En el fondo?

Muy en el fondo. Los políticos deberían ser como el presidente de los vecinos de la escalera, no un oficio. Y los políticos hacen de la política un oficio.

Dejemos la política y hablemos de lo importante. ¿Cuál ha sido su bocadillo estrella?

La vida ha evolucionado en las costumbres y la tecnología, y en los bocadillos. El bocadillo que duró más tiempo en cartelera y que han comido casi todos los alcaldes de Tarragona fue el de sobrasada. Era una sobrasada artesanal muy buena que hacían en Tarragona. Servía sobrasada caliente, con miel, con queso, tortilla de sobrasada... Era un bocadillo fácil y barato. Después, los bocadillos de mayor éxito fueron los de morcilla con níscalos, blanco y negro, y de baldana. Los soldados me daban ideas.

Uno de sus bocatas más extraños era de turrón.

Lo hacíamos en Navidad. Las tiendas de turrón me vendían muy baratos los turrones que les sobraban. A los soldados les encantaba como segundo bocadillo. El primero de sepia y el segundo de turrón. Había bocadillos de cosas impensables, como de leche condensada o de membrillo.

Tuvo que cerrar el bar por motivos de salud.

Fue muy triste. Lloré. Amaba el bar. Era el punto de encuentro de mis amigos. Tenía la esperanza de poder volver a abrir. Tenía problemas de columna y pensaba que me operarían, pero ningún médico quiere operarme por el riesgo de la intervención y por mi edad. Ahora tengo la sensación de que es el final, de que estás terminando el libro.

No diga eso. Sabe que muchos tarraconenses le tienen gran cariño. Y los jóvenes que iban a su bar le tenían un respeto reverencial. Le trataban de usted. Esto significa mucho.

Es curioso. Los estudiantes me trataban mejor a mí que a los profesores. Me lo dijo un profesor, que él no conseguía que le hablaran de usted. Yo siempre he querido al cliente, sea del equipo que sea, tenga la ideología que tenga.

Ese cariño se multiplicó cuando lo ingresaron por Covid en la UCI. Le colgaron mensajes de ánimo en la puerta del bar.

Llegué a estar muerto. Me dieron la extremaunción sin que yo me enterara. Pero se cumplió lo de que ‘mala hierba nunca muere’, y me salvé.

Por su bar han pasado padres, hijos y nietos. Al menos tres generaciones.

Muchas familias, sí. Yo no habría cerrado el bar. A veces sueño con volver a poner el bar en marcha pero, si tienes que pagar un sueldo, te sale muy caro.

Usted se autodefine como ‘tascaman’.

Como tenía un local sencillo y humilde, se me ocurrió ponerme «el hombre de la tasca». Pero también con un doble sentido: tasca es trabajo en catalán. En Catalunya tenemos fama de tacaños, pero, también, de trabajadores. De ahí lo de ‘tasca’.

Antes de que se pusiera tan de moda, usted ya defendía la slow food, un bocata tranquilo. ¿Vamos demasiado rápido hoy en día?

La gente va muy acelerada. Incluso yo me he vuelto acelerado. Me pongo nervioso si las cosas no son rápidas. La gente va a un bar y quiere las cosas ya. Por eso triunfan tanto el McDonald’s y locales así. Las cosas bien hechas requieren un tiempo. Si usted va a un restaurante y pide un arroz, es buena señal si le hacen esperar. Si se lo llevan enseguida, es que ya estaba hecho.

Usted debía ser una especie de psicólogo o un sacerdote, con su secreto profesional o de confesión. Lo que le contaban en el bar no salía del bar.

Cierto. Añoro mucho las conversaciones con los clientes. Venían al bar y se confesaban. Recuerdo a un sargento que me explicaba que su mujer le pegaba.

Es usted una enciclopedia viva del tarragonismo.

Cuando veo una piedra antigua por la calle, la mimo. Así como la gente va a tocar ferro, yo toco piedras. Me transmiten historia. A Tarragona le debo todo. Aparte, tengo tres pueblos: Nulles, donde nací; Mont-roig, donde viví de pequeño, y Cambrils, donde tengo familia. Fui muy amigo del alcalde Josep Nolla. En Cambrils hice cócteles en hormigoneras, por ejemplo. Fue un gran alcalde y una gran persona. La prueba es que, siendo un alcalde de la época de Franco, le han dedicado una plaza en democracia.

La última pregunta. ¿Qué mensaje le enviaría a los tarraconenses que le han conocido y, sobre todo, le tienen cariño?

Que amen a Tarragona. A Tarragona todavía le falta mucho cariño. Que piensen que Tarragona es de cada uno, no de los demás, que cada uno debe cuidarla, que no hay que esperar que el Ayuntamiento haga las cosas. Dejemos la política al lado. Hay guerras porque existen fronteras y políticos. Si los políticos tuvieran que ir a la guerra, no habría guerras.

Su mensaje me recuerda a esa famosa frase de Kennedy: «No pienses qué puede hacer tu país por ti. Piensa lo que puedes hacer tú por tu país».

Exacto. Tienes que hacer cosas por Tarragona sin esperar nada a cambio.

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