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    El médico que se negó a enmudecer

    Francesc Bobé cuenta en un libro cómo se recuperó tras sufrir un infarto y un ictus. Toda una proeza si se sabe que salió del hospital sin poder hablar ni escribir

    28 septiembre 2022 20:41 | Actualizado a 29 septiembre 2022 07:00
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    Francesc Bobé (57 años) es licenciado en medicina, especialista en medicina familiar, doctor excelente cum laude... Pero de un día para otro pasó, como él dice, a estar «del otro lado»; a convertirse en paciente. En 2017 sufrió un infarto del que se recuperó. Y en 2019, cuando ya había regresado al trabajo, un ictus le dejó incapaz de comunicarse. «Salí del hospital sin poder hablar ni escribir», recuerda.

    Bobé habla con calma y se le entiende bien, pero él dice que todavía se escucha a sí mismo mientras habla y sigue yendo la logopeda. También ha conseguido volver a escribir, de hecho recientemente ha visto la luz su libro ‘Códigos y recuperación’, autoeditado en Amazon. El libro era una de las metas que se impuso para salir del silencio. Su idea es ayudar a otros pacientes que han pasado por lo mismo, pero también contar a sus compañeros médicos cosas que podrían hacerse mejor.

    Primer round: un infarto

    Era un sábado sin guardia después de ir a la piscina con su hija. Decidieron ir a desayunar y allí apareció un mareo «como si fuera en barca en un mar enojado». Bobé, que no tenía factores de riesgo, cuenta con detalle los procedimientos por los que pasó desde que llegó el SEM y se activó el ‘Código infarto’, hasta su paso por la sala de hemodinámica (incluida una foto de la arteria taponada) o su estancia en la UCI.

    Pero tal vez lo más interesante es descubrir cómo comenzó a ejercitarse con seguridad incluso estando ingresado... Y lo que vino después: caminatas en las que cada paso contaba, cambiando a menudo de camino y haciendo fotos para documentarlo. Todavía hoy camina entre 12 y 15 kilómetros cada día.

    Segundo round: el ictus

    No solo se recuperó, sino que volvió al trabajo pasado un año. Pero las sorpresas no habían terminado. Una madrugada se encontró junto a su cama «sin poder mover la pierna ni el brazo derecho, y sin poder decir ninguna palabra... Mi formación me hacía entender que estaba en el momento de agudo de un ictus... Un montón de personas hacían acciones donde yo era su objetivo. Me cogían el brazo, lo pinchaban para poner una vía, decidían cambiarme la ropa, pero nadie pensaba o valoraba que yo entendía todo... Lo hacían todo como si yo fuera un mueble», describe en el libro.

    Esa es una de las grandes reflexiones que deja a sus compañeros sanitarios: hablar a los pacientes. Recuerda que cuando no podía hablar en las consultas se dirigían a su mujer aunque él estaba presente y lo estaba entendiendo todo «era como si yo fuera su bolso».

    Cree, además, que de vez en cuando deberían ponerse del otro lado de la mesa y escuchar al paciente durante el tiempo que necesite «en atención primaria se hace más; yo lo he hecho y vale la pena», señala.

    Pero todo lo hace desde el agradecimiento y el convencimiento de que siempre estuvo en las mejores manos.

    Cuando le evaluaron en el Joan XXIII el pronóstico para su cerebro era bueno pero en ese momento en el hospital no se hacía el procedimiento que necesitaba para retirar el trombo que le había causado el ictus, así que le tuvieron que enviar a Bellvitge. Por el camino su situación empeoró notablemente y el 35% de su cerebro se vio afectado. No puede evitar pensar que si el procedimiento se hubiera hecho en el hospital tarraconense hoy podría estar trabajando. Hoy ese procedimiento sí que se hace, pero no las 24 horas del día.

    Tercer round: la afasia

    Reconoce que así como en la recuperación física es más fácil saber dónde comienza y termina, el cerebro «no para nunca».

    Con todo, después de la afasia (incapacidad de comunicarse) también decidió fijarse metas. La primera fue volver a hablar, aunque en realidad la primera vez que consiguió emitir un sonido fue tarareando una canción. En el libro incluye los trabalenguas y otras estrategias que le han servido para ejercitarse.

    Aquí comenzó a rondarle la idea del libro, aunque en un principio no era capaz ni de escribir el nombre de su hijo mayor, Marc «y mira que es corto. Tuve que comenzar de cero, volver a P3».

    Dejó de preguntarse ¿por qué a mí? «Las cosas pasan y punto», dice. Tampoco sufrió una revelación religiosa o mística «yo creo en la gente» y decidió agradecer lo que tiene y echarle humor «al principio hablaba como el pato Donald», recuerda sonriente. Le gustaría dedicar su tiempo a ayudar a alguna entidad y por lo pronto va a entregar los beneficios del libro a la investigación médica.

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