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Historia de Tarragona para TikTokers: La Reconquista es para domingueros

Época musulmana. La ciudad quedó en tierra de nadie. Durante doscientos años, aquí sólo se escuchó el ‘cri-cri’ de los grillos

03 diciembre 2023 13:00 | Actualizado a 03 diciembre 2023 14:00
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Y en esas, llegaron los musulmanes, que estrenaban religión y venían con el fanatismo recién sacado del concesionario. Lo que encontraron aquí fue el despiporre visigodo. Basta un dato para comprenderlo: en poco menos de una década, salvo la zona cantábrica, había caído toda la península. Recuerden que a los romanos, con sus maravillosas legiones, la conquista les llevó casi dos siglos. Aquello, hablando en plata, fue un paseo militar con alfombra roja y photocall.

Si hacemos caso a las crónicas, Tarragona –Tarraquna para los nuevos vecinos– fue arrasada en torno al 716-717, pero las crónicas las carga el diablo. Hay que tener en cuenta que seguimos en territorio mítico, tirando de farol y cantar de gesta, que es el rap de los juglares. Lo más probable es que la cosa no fuera tan heavy. De hecho, cuando llegaron los moros, aquí no quedaba ni un monaguillo. Cómo sería el negocio, que los califas debieron creerse que toda Europa era Jauja. Error. Tras los Pirineos esperaban los francos, que no estaban, precisamente, para milongas. Y fue en Tours donde se acabó la racha. La derrota, además, sirvió para reubicar la cartografía. Por lo pronto, se perfiló la Marca Hispánica, esa franja fronteriza, en plan peli del oeste, que se inventaron los carolingios para expandir su franquicia a base de condados.

La cuestión es que Tarragona, vaya por Dios, o por Alá –ya ven que la cosa empezaba a estar algo confusa–, se encontraba justo en medio, en tierra de nadie, entre el condado de Barcelona y la Tortosa andalusí. Y claro, con tanto ultra mirándose de reojo, no daban ganas de bajar a la calle a tomarse un refresco. Al contrario, todo el que pudo agarró el petate y la ciudad, por primera vez en su historia, quedó abandonada. O casi. Esto, de repente, era como el Banco de España, la Tabacalera y el preventorio de la Savinosa todo junto. Para que me entiendan, durante doscientos años, aquí sólo se escuchó el cri-cri de los grillos. Ni una retención en la AP-7. Eso sí, se construían castillos a destajo. A razón de uno por rotonda. El más importante, el de Tamarit. Sí, sí, donde se casó Iniesta. Y donde hay castillo, hay agencia tributaria. Prepárense que vienen curvas. Se está formando, ni más ni menos, que la jet set catalana, ávida de tierras para jugar al feudalismo.

Se está formando la jet set catalana, ávida de tierras para jugar al feudalismo

Con esa idea, desde la ciudad condal, se lanzaron varias intentonas que situaron la línea divisoria en torno al río Gaià. Pero tuvo que venir un guerrero normando, Robert d’Aguiló, curtido en otras ligas, para dar el arreón definitivo. Lo había fichado la Iglesia, que se desvivía por recuperar el valor simbólico de la antigua metrópolis. Fue durante la primera mitad del siglo XII. Comenzaba, ahora sí, la repoblación efectiva de la urbe y sus alrededores. Y también, cómo no, la lucha de poderes. De un lado, los Aguiló, que se creyeron los reyes del mambo; del otro, la cúpula eclesiástica. Entre clanes, se mandaban cabezas de caballo y ese tipo de regalos que se hacían los mafiosos en El padrino. Al final, club de navajas, un hijo muerto por parte de los Bordet y un arzobispo, Hug de Cervelló, asesinado en plena misa.

En cuanto a los almorávides, se habían atrincherado en el valiato de Siurana, último reducto islámico en este rincón de la geografía. Allí, la esposa del gobernador, de nombre Abdelazia, sabiéndose vencida, montó su corcel y se marcó un Thelma y Louise en toda regla. Todavía hoy puede verse, sobre la roca, la huella de la herradura que dejó el caballo antes de saltar al vacío. O eso dice la leyenda favorita de los domingueros. Amén. (To be continued)

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