Quejas por los problemas de accesibilidad de Cala Romana

Los vecinos piden un plan de actuaciones global que se traduzca en ‘hechos’

02 agosto 2020 07:10 | Actualizado a 02 agosto 2020 11:06
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Si un usuario se baja en la parada de autobús de Cala Romana, tiene que jugársela cruzando la antigua N-340 o caminar unos 500 metros para dar la vuelta e ir por el puente. El año pasado se asumió desde el Ayuntamiento el compromiso para colocar un semáforo. Si no hay una nueva demora se instalará antes de acabar el verano. «Estamos agradecidos de que se haga algo para evitar nuevas víctimas, pero las reivindicaciones que tenemos van más allá y la mayoría son históricas, porque desde hace más de treinta años no se ha hecho nada», defiende el presidente de la Associació de Veïns de Cala Romana, Saül Garreta.

Los vecinos de esta urbanización consideran la accesibilidad uno de los principales problemas. Y uno de los puntos que despierta más críticas es el acceso a la playa Llarga, por debajo de la vía del tren. Conseguir una mejora se ha convertido en una de las batallas de Belén Marrón. Su padre va en silla de ruedas y cada vez que quiere ir a la playa necesita ayuda para poder llegar al arena. «Esto cada vez está peor, porque con el Gloria, hubo desperfectos y lo que se ha hecho es lo mínimo, además de que no hay una pasarela y que somos la única playa de Tarragona sin un contador de personas», lamenta.

Hay otro aspecto que ha despertado el malestar de los vecinos. Hace unos meses, la empresa de aguas Ematsa llevó a cabo una actuación para renovar la red de agua potable. Se cambiaron las cañerías de fibrocemento, para acabar con las pérdidas de agua. Las obras acabaron hace un par de meses, pero aún hay puntos con bordillos rotos y una tapa de hierro suelta. «No sabemos si la obra está acabada y si está recepcionada o no, pero faltan cosas», añade Garreta.

De acuerdo con lo previsto, ahora tiene que hacerse una segunda fase de obras. En esta se soterrarán los servicios y se arreglarán las aceras, para cumplir con la normativa, eliminando las barreras arquitectónicas. «El problema que vemos es que hay una falta de coordinación. Se abrieron las calles una vez por el agua, más tarde Endesa las reabrió de nuevo y más adelante tendrá que hacerse de nuevo. Lo que pedimos es que haya una visión global con todo lo que haga falta y un poco de sentido común», defiende Glòria Pino.

A finales de este mes de agosto, los vecinos se reunirán con el alcalde, Pau Ricomà. Encima de la mesa le llevarán el catálogo de reivindicaciones que arrastran desde hace años. Cansados de compromisos que no se han materializado, buscan «hechos». «Una ciudad cohesionada socialmente debe estar conectada con todos sus barrios», defiende el presidente de la asociación de vecinos. El proyecto del carril bici a Llevant será uno de los aspectos en el que quiere insistirse. «Queremos una urbanización moderna, actual y amable, en la que se prioricen las personas y la movilidad sostenible», defiende. Esto pasa por recepcionar la antigua N-340 y en hacer inversiones para resolver los déficits urbanísticos, que en algunos casos no cumplen los parámetros de suelo urbano. «Ha llegado un momento en el que Llevant necesita hechos, no buenas voluntades. Si miras las reivindicaciones de hace veinte años y las de ahora son las mismas. No se ha hecho ninguna inversión», denuncia la presidenta de la Federació d’Associacions de Veïns de Llevant, Gemma Fuster.

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