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    Recorrer el continente africano en camión de bomberos

    Marc y Serena y sus dos hijas adolescentes, Xènia y Jordina, dejan durante once meses su vida en Tarragona para viajar por 16 países en su ‘Correfoc’

    15 octubre 2023 12:10 | Actualizado a 15 octubre 2023 20:00
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    Imagine por un momento dejar aparcada su vida (trabajo, estudios, familia, amigos...) durante once meses para ir a recorrer África. Los tarraconenses Marc Antillach y su mujer, Serena Pujol, junto a sus hijas Xènia (15 años) y Jordina (14), no solo lo pensaron sino que lo hicieron en una travesía que terminó este verano.

    El recorrido por 16 países y los casi 35.000 kilómetros recorridos dan como para escribir un libro, pero muy seguramente lo primero que se preguntaría alguien que tenga hijos adolescentes es cómo se consigue entusiasmarlos para que emprendan un viaje tan largo en familia; sobre todo, como en este caso, cuando el plan es compartir espacio vital a bordo de un camión de bomberos reformado.

    Parte de la respuesta está en que Xènia y Jordina ya tenían experiencia. En 2018 ya emprendieron un viaje por toda América con sus padres durante más de un año en una furgoneta camperizada.

    Las tensiones de la convivencia, no obstante, están allí y Serena reconoce sonriente que «en el camión no nos enfadado más que en casa». Marc añade además que en un viaje así «pasas mucho tiempo en familia, así que tienes la oportunidad para hablar y reflexionar mucho».

    El ‘Correfoc’

    Estos son, a grandes rasgos, los cuatro protagonistas de esta historia que en realidad no estaría completa hasta sin hablar de un quinto miembro, el ‘Correfoc’, el vehículo que fielmente les llevó a lo largo de toda la aventura.

    Se trata de un coche de bomberos «que compramos en una subasta on-line en Alemania y que ni siquiera habíamos visto», cuenta Marc. La suerte es que el robusto camión (un Mercedes 4x4) pese a tener 32 años prestaba servicio en un pueblo pequeño y solo tenía 17.000 kilómetros. «Y estaba impecable», dice.

    El proceso para ‘camperizarlo’ (transformarlo en un espacio habitable) fue laborioso y lo llevó a cabo Marc con unos amigos. Homologarlo y conseguir que pasara la ITV fue más complicado, pero al final lo lograron.

    Y mientras preparaban el camión, la planificación del viaje avanzaba. «Porque no es lo mismo viajar que ir de vacaciones con una pulsera», advierten.

    Una de las principales preocupaciones fue que la ruta fuera segura evitando países en conflicto. «Dimos un rodeo importante», explican, mientras cuentan que embarcaron el camión en un barco de carga en Emiratos Árabes Unidos para seguir por Kenia en lugar de a Nigeria como habían pensado inicialmente. Pese a que les habían metido mucho miedo en todo el recorrido no tuvieron ningún incidente de seguridad importante. Además, ninguno de los cuatro enfermó.

    Atardeceres para no olvidar

    Basta con ver las redes sociales de la familia para hacerse una idea de los impresionantes paisajes que pudieron recorrer. Las puestas de sol, aseguran, son tan impresionantes como las pintan.

    Amantes de la montaña, también pudieron hacer varias rutas, como la caminata de siete días hasta la cima del Kilimanjaro, la montaña más alta de África. Una vez allí aprovecharon para desplegar una bandera de la Colla Jove. Además pudieron ver de cerca muchos animales, incluidos unos insistentes monos babuinos que llegaron en cantidad tal que alguna noche no pudieron salir del camión.

    Pero seguramente la más importante de las experiencias fue la amabilidad de las personas que les recibieron. Una de las que más recuerdan es la que pasaron en la casa de una familia Masai en Olmoti (Tanzania). Aseguran que «Pasar dos días y dos noches en medio de personas orgullosas de vivir donde viven, sin agua corriente, sin luz, sin paneles solares... Con poco más que sus cabras y vacas, la sequía que los obliga a ir más y más lejos para buscar buenos pastos, sus hijos, muchos hijos», les enseñó una de las más grandes lecciones de vida.

    Cuentan que viajar por África no es sencillo ni barato. Tenían planeado ir a algunos parques nacionales pero al final lo desestimaron por el precio. «Allí no tienes un supermercado en cada esquina para comprar lo que necesitas; y alimentos que aquí son comunes como la pasta o la salsa de tomate allí son artículos de lujo». La verdad, reconocen, es que les sorprendieron los precios, pero cuando regresaron a casa vieron que aquí toda la cesta de la compra también había aumentado de precio. El presupuesto para el viaje viene de los ahorros de ambos: «trabajamos y no gastamos mucho, nuestra mayor afición es la montaña», explican. Ella de hecho trabaja en la pequeña empresa familiar de alquiler de furgonetas camperizadas.

    Aunque cada día era distinto, generalmente viajaban con la luz del sol «allí anochece pronto», explican, y cuando paraban Xènia y Jordina, que entonces estaban en 2º y 4º de ESO, se ponían a trabajar. Habían llegado a un acuerdo con el instituto de estudiar por su cuenta y a distancia y presentarse personalmente unas semanas antes de acabar las clases y hacer los exámenes finales.

    Relata Marc que las dos se organizaron bien y en ningún momento tuvieron que decirles lo que tenían que hacer. Además, en algunas asignaturas, como el inglés, dieron un salto cualitativo. «Vimos que ellas captaban matices de lo que nos explicaban que nosotros no habíamos entendido».

    El viaje dentro del viaje

    Mientras las chicas regresaban a Tarragona a terminar el curso y a hacer los exámenes, los padres siguieron el viaje. «Fue como un viaje dentro del viaje, nos pareció que regresaban mucho más maduras» explican los padres. Una vez acabado el curso, ambas retomaron la aventura.

    Xènia, además, fue escribiendo sus experiencias en blog (https://overlandingafrica.wixsite.com/overlandingafrica). En una de sus entradas cuenta como una tarde en Zambia, mientras se disponía a hacer los deberes de biología «llegó un grupet de niños. Se acercaron con botellas de coca-cola vacías, en dirección al grifo de agua que había a nuestro lado. Cuando llegaron se quedaron allí sin llenar las botellas, tan solo mirándonos... Maisy y Jackson, dos hermanos, nos explicaron que eran huérfanos y que vivían con su abuela. El rato que estuvimos hablando con ellos descubrimos que ninguno de ellos iba a la escuela. Cuando los preguntamos por qué, su respuesta fue simple: porque no lo podemos pagar. La escuela pública y gratuita en Zambia llega tan solo hasta los doce años. Gracias a esta regulación tan magnífica (notáis la ironía), hay muchos, muchos niños que dejan de recibir una educación cuando cumplen los 12 años».

    Xènia y Jordina pasaron de curso en el instituto. Y como explica su padre en un post: «Os podéis imaginar, con los tiempos que corren, que no es fácil convivir con tu familia 24 horas en el día y más en un espacio tan reducido. Hace falta coraje y deteminación, pero también una gran dosis de empatía y comprensión, de saber ponerse en el lugar de los otros, de ver cuando uno está cansado y ayudarlo, de ver cuando uno necesita una mano para avanzar en un problema de matemáticas o el otro necesita apoyo mientras conduce por una complicada pista africana...» Lo dicho: lección aprendida.

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