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Víctimas de violencia de género en Tarragona: «Llegué a ponerme un cerrojo en mi cuarto por el miedo que sentí»

Dos mujeres narran su historia y manifiestan el calvario que ha supuesto para ellas cargar con el peso del maltrato psicológico y físico, a menudo acompañado de episodios de violencia vicaria

13 abril 2024 19:31 | Actualizado a 14 abril 2024 20:20
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Recién pasados los veinte años, se enamoró perdidamente de él. Barcelonesa, lo dejó todo por venir a Tarragona, a su lado: «Sacrifiqué mi vida por él y fui siguiéndolo allá donde iba por trabajo».

La cosa empezó con golpes y puñetazos a los muebles: «Pronto se produjo la primera bofetada, pero, al final, haces una especie de balanza rara donde siempre pesa más lo positivo, ya que cada agresión va acompañada de palabras bonitas a posteriori, muchas disculpas y promesas de que nunca iba a volver a pasar».

Terminaron casándose un par de años después, antes de que vinieran los niños. Fueron dos, con apenas dos años de diferencia: «Crear un vínculo con él es lo peor que pude hacer».

Muchos maltratadores utilizan a los hijos y a los familiares para hacer daño a la víctima

La manga larga empezó a ser habitual para esconder tanto el dolor como las cicatrices. Hasta que, después de mucho sufrimiento, llegó un 25 de diciembre en el que todo estalló: «Volvió a pegarme y decidí pedir ayuda después de callar mucho». Él acabó marchándose y, posteriormente, ella le puso una demanda de divorcio que acabó con la custodia compartida de los niños.

Cuando ella pensó en recurrir a la vía legal, confiesa que un abogado le paró los pies: «Me dijo que, si no tenía pruebas, no merecía la pena que denunciara; de hecho, me instó a no hacerlo: callé asesorada por un abogado», recuerda.

Pronto, él empezó a utilizar a los niños: «Uno de ellos comenzó a grabar todo lo que hacíamos, a insultarnos y a pegarnos igual que hace su padre». «Por otra parte, él tampoco se hace cargo de su manutención, ni de los libros, ni del material escolar: llegamos a enviarle un burofax y, al día siguiente, se presentó en el entrenamiento del niño para, con el coche, impedirnos salir del parking».

«Hubo agresiones, nos amenazó de muerte, nos persiguió... Es un sinvivir constante y estamos atemorizados: cada vez que hacemos algo contra él, hay una respuesta por su parte y, judicialmente, todo se alarga muchísimo...». Narra que, después de la persecución, optó por ir a los Mossos d’Esquadra.

«Fue muy duro porque, cuando llegamos, resulta que él ya se había presentado allí, encima acompañado de uno de nuestros hijos y explicando una historia muy diferente». «Es tremendo, sigue utilizando a nuestros hijos y a nuestro entorno familiar para justificar y aumentar todavía más su violencia contra mí».

Expone que «cuando la cosa llegó a la vía judicial, la jueza de guardia me dijo que, pese a tener lesiones y estar grabada la agresión en presencia de uno de los niños, no me concedía la orden de alejamiento provisional porque no existía un riesgo inminente de muerte».

El caso llegó al Juzgado de Violencia sobre la Mujer: él se declaró inocente, pero el juicio no se celebrará hasta el mes de octubre.

Le argumentan que «poner una orden de alejamiento es muy serio, ya que coarta la libertad del presunto agresor». «¿Dónde están mis derechos? Soy yo la que sigo evitando lugares para no coincidir con él y soy yo la que sigo mirando a mi alrededor siempre con miedo porque, pese a todo, a día de hoy sigue acosándonos», siente.

Tiene pánico, angustia y muchas dudas sobre su futuro y el de sus hijos. «Siento que, en general, hay falta de empatía: sufro y, verdaderamente, ya no sé qué hacer para evitar el dolor».

Otra víctima también se ha decidido a contar su historia: conoció a su agresor cuando eran jóvenes. Ahora tiene 52 años. Recuerda un noviazgo largo: «Lleno de desprecios, algo que, en ese momento, no vi y, es más, justifiqué». Se casaron en 1997 y, cinco y ocho años después, ella se quedó embarazada.

A los trece, y después de varias infidelidades no reconocidas –en una de ellas, llegaron a hacerle pruebas del VIH por un contagio de él–, decidió que cada uno debía hacer su vida.

«Continuamos viviendo bajo el mismo techo porque mis hijos eran muy pequeños y creí que los protegía; de cara a la galería, éramos un matrimonio idílico, ya que su narcisismo es tan elevado que, a pesar de que parece que la que tiene genio soy yo, cuando él llegaba a casa, pisábamos huevos para no molestarlo».

En 2016, en pleno trámite para conseguir el divorcio, él se quedó en coma tras un grave accidente: «No me garantizaron que superara las 48 horas», recuerda ella, quien admite que lo paró todo.

«Cometí el error de mi vida: al ver que la única persona en el hospital era yo, llamé a mi abogado para que anulara el divorcio, dejé a mis hijos dos meses con mis padres y me dediqué a estar con él».

«Los siguientes cuatro años de convivencia fueron los peores de nuestras vidas, o eso creímos entonces: me empujó y me rompió la pared lumbar con mi hijo de testigo».

Admite que no denunció: «Por vergüenza, por miedo, por bloqueos emocionales... Todo eso me ha conducido a estar en tratamiento psicológico por el estrés». Finalmente, al terminar el confinamiento de 2020, prosiguió el divorcio.

«Al día siguiente de acabar de recoger sus cosas [él se marchó de casa llevándose hasta la tele del comedor, el microondas y la cafetera] y aprovechando que yo no estaba presente, fue a pedirle a mi hija que le dejara entrar a casa y, como ella le dijo que no, rompió el interfono de un puñetazo». Interpusieron una denuncia y solicitaron la orden de alejamiento, pero no la consiguieron (la orden de protección sí que les fue concedida).

«Desde entonces hemos puesto varias denuncias con pruebas evidentes, y la señora jueza, además de hacernos sentir como una auténtica mierda y como las culpables, nos deniega la orden de alejamiento, con lo cual, tenemos a un señor que nos acosa, nos intimida y cree que eso le da poder».

«Se ha declarado insolvente con el objetivo de no mantener a sus hijos, trabaja sin cotizar para no tener dinero en la cuenta y se pasea con un cochazo, sabe que ellos no quieren verle y los asedia...».

Más de la mitad de los casos con protección son víctimas con hijos e hijas menores a cargo

«Pido a todas las mujeres y hombres que, si empiezan una relación con alguien que te adora en la calle, pero te hace sentir una mierda en casa, corten enseguida porque estos seres se alimentan de la fuerza mental de los demás, quieren hacerte sentir que sin ellos estás perdida», sentencia.

Son dos casos tan impactantes como estremecedores y dolorosos. Un dolor erróneamente normalizado producto de la cotidianidad. Ellas lo perciben y lo denuncian.

«Yo también pensaba que los maltratadores solo estaban en las películas y creía que a mí no me tocaría, pero ahora veo que pasa cada día y me doy cuenta de que se toma como una noticia más dentro de todas; tan solo espero que contar mi caso sirva para todas aquellas mujeres que también están sufriendo».

El 016 atiende a las víctimas las 24 horas del día. En Catalunya, la línea es el 900 900 120
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