El bar El Cortijo lleva casi 40 años ubicado en la calle de Rebolledo. Pedro y Adolfina empezaron su propio negocio, que años más tarde fue traspasado a sus dos hijos, Luis y Santos Masegosa, quienes actualmente continúan regentándolo.
Ambos hermanos han querido mantener la esencia y el espíritu que el bar ha llevado siempre consigo. Podría decirse que su lema en la barra es «hacemos comida para que la gente pueda comer». Y es que sus platos no son para grandes mesas con infinidad de cubiertos. No, todo lo contrario. Su cocina está hecha a la antigua usanza, al estilo tradicional, con esos jugosos platos preparados para terminar repasando el plato con rebanadas de pan. Su sencillez y humildad se caracteriza, entre otros motivos, por la zona en la que se encuentran. Originariamente, la calle Rebolledo se hallaba en una zona obrera, donde trabajadores de la construcción, del puerto y de la estación se reunían cada mañana para tomar un buen almuerzo. Hoy el barrio ha cambiado, pero El Cortijo continúa con su misma filosofía. Como afirma Santos Masegosa, han «cambiado sin perder la esencia». Nada más entrar por la puerta, los clientes ya pueden deleitarse con los platos del día. Expuestos en la barra, «en vivo y en directo», como le gusta decir a Masegosa, los asiduos de El Cortijo saben lo que hay para comer. Grandes cazuelas y platos muestran las exquisiteces de la cocina: estofado de lengua, sardinas de la costa, callos, tortilla de bacalao y un largo etcétera para chuparse los dedos.
En el bar disponen de un menú a 10 euros que incluye primer plato, segundo, postres y bebida. Aun así, sirven los almuerzos y las comidas a gusto y medida de los clientes, ya que son muchos los que prefieren «un poco de cada» o a compartir dos o tres platos.
Callos, tortilla de bacalao o estofado son algunos de los platos típicos que más gustan a sus clientes
Sin duda, la clientela no puede aborrecerse nunca de la comida de El Cortijo, ya que la variedad es constante. A los hermanos Masegosa les gusta probar cosas nuevas y basarse en sus experiencias, como por ejemplo, la tortilla de bacalao, que la incorporaron a su larga lista de platos después de una visita al País Vasco.
El encanto tradicional y la decoración con aires anticuados parecen ser poco atractivos para los jóvenes, ya que habitualmente el local es frecuentado por gente de mediana y mayor edad. «La gente cada vez está menos acostumbrada a sitios así», corrobora Santos, que aun así no pierde la ilusión.
Para seguir demostrando toda la guerra que El Cortijo sigue dando, los propietarios participan cada año en distintos eventos de la ciudad. La espineta amb caragolins y la fiesta de la Santa Teca se han convertido en citas ineludibles para celebrar las fiesta de la ciudad. Así, también la Bacanal del Vi, toda una experiencia gustativa. La Tarraco a Taula se ha convertido en un evento para demostrar su potencial innovador con la reconstrucción de la cocina romana, y la Dixie & Callos, una muestra de la mezcla de tendencias nuevas y antiguas. Todo esto hace que el día a día del El Cortijo sea más diná- mico, pero manteniendo esa esencia que lo caracteriza.