Un árbol de las cenizas. Ésa es la idea que sustenta Sempre, el proyecto empresarial de Montse Oliva (Reus, 49 años) para comercializar urnas biodegradables equipadas con un kit de sustrato para plantación y una semilla que, una vez llena la urna con las cenizas de un difunto (las hay tanto para personas como para mascotas), se entierra y se riega para que de esas cenizas nazca un árbol que pueda llegar a vivir centenares de años.
Empleada de banca durante los últimos 25 años, Montse Oliva decidió, hace un año, acogerse voluntariamente al último ERE que había planteado la entidad financiera para la que trabajaba «para montar un proyecto nuevo, muy atrevido». Porque si bien la idea de plantar árboles en el lugar de reposo de los restos de un difunto no es nada nueva, buscar un mercado para estas urnas de diseño entre tanatorios, veterinarios y cementerios de animales es todo un reto. Por lo menos, en sociedades como la nuestra.
La idea original fue de los hermanos Roger y Gerard Moliné, que fabrican estas urnas en La Seu d’Urgell, y que Montse Oliva comercializa en Catalunya, la Comunitat Valenciana y algo de Eivissa. «Cuando les conocí –explica Montse– me encantó su idea y quise unirme».
Robles, pinos, sauces, olivos, cerezos o incluso buganvillas. Son algunas de las especies arbóreas y arbustivas en el catálogo de semillas de esta propuesta de urna funeraria. Pero el árbol que finalmente vaya a plantarse, cuenta Montse, es totalmente personalizable. Entre las recomendaciones están respetar el calendario de siembra y la adecuación de la especie al entorno.
La mayoría de quienes han adquirido una de estas urnas hasta la fecha, explica Montse, «son personas jóvenes, de cuarenta años hacia abajo», con preferencia por las urnas destinadas a las mascotas. Por una urna para mascotas cobran, comprada online y con los portes pagados hasta el domicilio, 120 euros. En el caso de las urnas destinadas a personas, el coste se sitúa en los 150 euros.
Muchos de estos compradores terminan enterrando esas urnas (es decir, plantando un árbol) en sus propios jardines o en campos agrícolas familiares, aunque los hay también que, con las limitaciones de unas vidas cada vez más urbanas, optan por especies arbóreas o arbustivas que puedan crecer en tiestos en las terrazas de sus pisos.
Bosques en calma
Queda otra opción, que según Montse Oliva «se ha hecho toda la vida», y que es plantar un árbol de alguna especie autóctona en una zona boscosa. En estos casos, la irrupción de la tecnología GPS –explica– ha ayudado mucho a quienes se decidían a dar ese paso, ya que hasta entonces el crecimiento natural de los bosques a menudo acababa confundiendo a las personas que habían plantado el árbol.
En cualquier caso, el procedimiento, explica Montse, es «llamar a los agentes rurales y decirles que quieres plantar un árbol: ellos te indicarán el lugar y las especies». Y alerta: «Vamos a plantar un árbol, no a arrojar cenizas. Son cosas distintas».
Pero el verdadero proyecto de esta reusense no está en la venta de estas urnas, sino en lo que hay detrás. Su sueño (en el que ya está trabajando) es lograr montar un espacio donde se puedan plantar estos árboles, a un coste que no sea prohibitivo (como en algunos cementerios exclusivos), al que quiere llamar El Jardí de la Calma. Sin lápidas. Sólo con árboles entre los que pasear.