Andrea Genovart: “Quería reflejar la imposibilidad de proyectar un relato único”

La escritora se ha estrenado con ‘Consumir preferentemente’, su primera novela, con la que ganó el premio Llibres de Anagrama

24 noviembre 2023 13:07 | Actualizado a 25 noviembre 2023 09:00
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Consumir preferentemente es el debut de Andrea Genovart, con su primera novela ganó el premio Llibres de Anagrama, que ahora se publica en castellano, en Anagrama y con traducción de Rubén Martín Giráldez. La protagonista de Consumir preferentemente, Alba Giraldo Domènech, es una treintañera que presuntamente tiene todo lo que hace falta para ser cool: es diseñadora, hija única y vive en Barcelona. Pero vomita, se emborracha, tiene relaciones bastante insatisfactorias con amigas, follamigos, familiares y compañeros de trabajo. Consumir preferentemente es la historia de una chica que anda perdida, es un libro sobre la identidad, y sobre la ciudad, pero el mayor acierto está en la forma y en usar sin miedo y con una entrega absoluta el humor más cáustico.

¿De dónde viene el título?

Consumir preferentemente hace referencia a la prescripción que se indica en las etiquetas de los alimentos. Me interesaba la idea de prescripción y cómo esta se asume socialmente y condiciona nuestros comportamientos. A diferencia de la fecha de caducidad, la indicación de consumir preferentemente no expresa que haya algo malo en el alimento que vamos a ingerir pasada su fecha. Sin embargo, si decidimos hacerlo pasado su plazo, aunque no haya caducidad alguna, no acabamos de sentirnos cómodos con nuestro consumo.

‘Me interesaba la idea de prescripción y cómo esta se asume socialmente y condiciona nuestros comportamientos’

¿De dónde sale Alba, la protagonista, tan clara en su pensamiento y tan apocada por fuera?

Del cinismo. Hay una diferencia radical entre las barbaridades que piensa –o el tiempo de pensamientos que le atraviesan– y lo que comunica. Alba es escéptica frente a que sirva de algo compartir aquello que cuestiona o critica: su lucidez y capacidad analítica hacen que sea incapaz de proyectar una posibilidad de cambio. Podríamos decir, entonces, que al no ver que hay utilidad alguna en compartir lo que siente o le pasa por la cabeza opta por callar cara a la galería, ya que la mera necesidad de expresarse no le resulta una razón suficiente válida en sí misma.

La novela tiene dos partes, diría, separadas por el choque de Alba y sus expectativas y la realidad. La primera es acelerada, la segunda mucho más calmada. En medio pasa que se va al pueblo una temporada: hasta en eso la pobre Alba es un cliché.

Al final es un cliché porque por mucho que desactive ciertos discursos arraigados en su entorno, no tiene una alternativa que gane un pulso a estas ideas que circulan con tanta fuerza. En el caso de la marcha del pueblo, acaba por topar con lo absurdo que es creer que un paisaje rural supone una desconexión y, por ende, un punto de inflexión personal. Estamos en el siglo XXI, hay Wi-Fi en todas partes e incluso la idea de retiro y conversión personal responde a la esclavitud de la autoimagen y la construcción de una identidad fuerte.

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Alba piensa: “La consecuencia de ir medio a contracorriente no es otra que el ridículo, más soportable que la autolesión”, ¿profecía autocumplida?

En el caso de la protagonista diría que sí, porque al final es alguien que crece en una ciudad que se vende como progresista, integradora y que abraza todo signo de personalidad. Alba, como todo joven de clase media, se lo cree y cae en el esnobismo de querer diferenciarse del bloque simplista del que formamos parte la mayoría. Pero después llega la caída, no tanto de experimentar que el mundo es un lugar amable sino que ir a contracorriente no es posible porque ir en contra de algo no deja de obedecer a las lógicas ególatras que ha creado su contrario.

La novela tiene muchos juegos no sé si formales, pero sí muy gustosos: el capítulo en el que se intercala el pensamiento con el caminar de Alba por la ciudad, los guiños a la reescritura del cuento de Monzó en formato teatral, un diario, ¿cuál es la importancia del estilo en la novela?

Imprescindible y fundamental. Quería construir un estilo heterogéneo, desordenado, aleatorio, inconexo que fuese el reflejo de las dinámicas de Barcelona –o de cualquier ciudad moderna del primer mundo– y, por ende, del comportamiento de sus ciudadanos, como es el caso de Alba. Por otro lado, para mí era crucial que el estilo no estuviese mediado por parte de la narradora: si las interrupciones que experimenta la protagonista también las sufre el lector, este llega a conclusiones por su propia experiencia y no porque las lee en su literalidad. Y esto último era un reto a nivel creativo.

‘La protagonista nace del cinismo: hay una diferencia radical entre las barbaridades que piensa y lo que comunica’

¿Qué es lo que querías hacer tú con esta novela?

Quería reflejar la imposibilidad de proyectar un relato único, coherente, cohesivo, por las dinámicas de sobreestimulación e interrupción constantes tan propias de la ciudad moderna de hoy en día. Pero sobre todo, quería hacerlo con el estilo: que este reflejase estos temas y estas problemáticas, y que el lector se diera cuenta del conflicto a través de su experiencia lectora.

Una parte importante de la novela consiste en señalar la hipocresía, sucede en varios momentos y a diferentes niveles: en el trato con condescendencia al migrante que vende pulseras de noche o en el paseo por la exposición del World Press Photo.

Me interesaba reflejar que todo discurso tiene una carga, además de política, moral. Y cómo ese valor es un arma de doble filo para reproducirlos y dejarse llevar por una inercia de sofisticada verborrea. Al final, el discurso es algo que existe porque lo oímos, lo leemos, lo escribimos, lo comunicamos... es decir, que es visible, que puede reconocerse. Por eso tiene sentido que los disfraces de buenismo y blanco paternalismo estén lo más explícitos posible: en una exposición en uno de los centros de arte más importantes de Europa o en ser el único capaz de dar dinero y emocionarse cuando el resto está bebiendo un sábado por la noche en la calle.

‘Quería que la novela reflejase temas y problemáticas, y que el lector se diera cuenta del conflicto a través de su experiencia lectora’

Hay una serie de tótems barceloneses que aparecen en la novela con los que Alba dialoga, que van de Rodoreda a Abacus, de los cuentos de Quim Monzó a la idea esta de una Barcelona casi Nueva York...

Alba es alguien que ha ido a la universidad y que decidió estudiar Filosofía: tiene referentes e intereses de alguien letrado y que ha podido acceder a la cultura. Dialoga con la escritora Mercè Rodoreda, reducida injustamente a ser una escritora victimizada en la posguerra, y de Quim Monzó, emblema de caricaturizar la cotidianidad catalana más ínfima: estas dos propuestas literarias, que aparentemente explicarían un carácter social y de ciudadanía particulares, no identifican a Alba. Tampoco Abacus, una cooperativa fundamentalmente de material escolar y mensajes de cercanía con lógicas de multinacional. Estos tres elementos que comentas existen en tanto que eje de coordenadas ideológico e inconsistente, y que a la protagonista solamente la resitúan en una distancia.

Me gusta mucho lo que tiene la novela de retrato de la amistad y del distanciamiento de la amiga, Berta.

Berta confronta a Alba con aquello que más le duele: sabe cuál es su deseo, y ha construido una vida de acorde con él. Alba evita ser honesta consigo misma acusándola de privilegiada por el hecho de que está haciendo el doctorado, pero no es que ella quiera hacerlo. Lo que envidia es que sepa lo que quiere y que pueda satisfacer sus demandas. Por otro lado, sufre el menosprecio precisamente por no tener una identidad alineada con el ambiente intelectual de la facultad, donde se conocieron. Como no trabaja de nada relacionado con el conocimiento, Berta juzga sus capacidades porque, en el fondo, está identificándola con aquello con lo que trabaja y otras dinámicas sistémicas que juegan a decir qué somos. O que no.

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