¿Cómo llega un guarnicionero del siglo XIX a crear una empresa que se convertiría en un referente mundial del lujo artesanal? ¿Y cómo ha perdurado durante seis generaciones? Hermès ha permitido a Frédéric Laffont, reportero, cineasta y escritor, explorar su mundo interior y el resultado es el libro La casa de los artesanos (Lumen). «Cuando me llamaron estaba en Líbano haciendo un vídeo sobre la guerra y pensé que se habían equivocado», dice el reconocido documentalista francés, que ha abordado diversos conflictos internacionales como Afganistán, Ruanda y Palestina, nada más alejado de una casa de lujo.
La clave del éxito de aquel guarnicionero podría ser la «tribu», como llama el actual CEO, Axel Dumas, a los que forman la firma francesa y esto no incumbe solo a la familia. Laffont recuerda que Émile Hermès conocía a todos sus trabajadores. «Estaba ahí todas las mañanas, dándoles la mano a cada uno de los empleados del número 24 de Faubourg Saint-Honoré. A día de hoy Hermès tiene más de 26.000 y no pueden conocer todos los nombres. De todas formas, cuando se crea una nueva manufactura, el máximo de personas siempre es de 250, de manera que en los 10 talleres que la forman nunca hay más de 25 trabajadores y todo el mundo conoce a todo el mundo».
Cuando se habla de los «valores de esa tribu, «el caballo es uno de los pilares. Evidentemente, no es la primera fuente de ingresos, pero Hermès continúa siendo un jinete en el mundo y el vínculo de hacer nuevas sillas está en el corazón de su oficio. Podemos ver el caballo como un tótem real», destaca Laffont.
Los hermanos Émile y Adolphe, guarnicioneros y talabarteros, eran nietos del fundador de la casa en 1837, Thierry Hermès, y fue su padre, Charles-Émile, quien en 1880 trasladó el taller al Faubourg, ya que era allí donde se concentraba entonces el universo equino de la ciudad». Con el tiempo, el caballo –el general Patton era un incondicional de la firma– dio paso a las carteras, los bolsos o los pañuelos. Marlene Dietrich, Audrey Hepburn y Jackie Kennedy ayudaron a cimentarla. La princesa Grace Kelly y la cantante Jane Birkin renombraron dos versiones de uno de sus bolsos, hoy el más icónico y codiciado.

Artesanía e innovación la salvaron de los avatares de la historia. «La idea de hacer un objeto que se va a transmitir de generación en generación está en el corazón de lo que es Hermès. Y al mismo tiempo, como las otras casas, tiene novedades, nuevas telas y materiales. El cuero, la seda... Siempre hay olas». En una de ellas, durante la Primera Guerra Mundial, Émile descubrió en América la eficacia de la producción en serie. Sin embargo, se mantuvo firme en la importancia del proceso artesanal. «Hermès siempre ha estado en lo artesano, aunque los artesanos no se han llamado siempre así. Hoy en día están por todas partes. Por ejemplo, delante de donde vivo hay un panadero que hace un pan horrible, dice que es artesano, pero es falso. Pasa igual con la maison. Pero la particularidad de Hermès es que cuando decimos maison es realmente una casa. Es decir, un lugar donde dormían y trabajaban. Émile Hermès dormía en la parte de arriba del número 24».
El museo del laberinto
Una casa que es un laberinto, donde Laffont se perdió hasta el último momento. «La directora de conservación me dijo, ‘tras dos años, ya conoces el camino’. No le respondí. Me daba vergüenza decirle que no, que no lo conocía. Evidentemente, a través del tiempo, el número 24 fue 26, 28, 30, 32. Esto también tiene un lado mitológico: hace falta perderse para encontrar uno mismo el camino dentro de esta historia».
En cuanto al museo de la maison, no es otro que la oficina de Émile, «no ha cambiado en un siglo, no se ha tocado nada. No contiene ni un objeto Hermès. Los hay de todo el mundo, piezas que encontró, de segunda mano, pero también en la calle. No con la idea de acumular trastos viejos, sino que veía trazos de conocimiento del pasado que quería volver a llevar al futuro».
Laffont estructura La casa de los artesanos en cantos, en relación, de nuevo, a una «dimensión mitológica». Sin embargo, cuando decían que venían de un entorno cercano al Olimpo, en realidad se referían a «Olympia, la sala de espectáculos al lado de su pequeño primer taller en París. Esta ambigüedad, una utopía de hacer algo conjunto más grande que el deseo de una sola persona, tiene una dimensión épica en su historia».