‘El Niño tiene que jugar siempre’ se solía gritar en la caseta sagrada del Estadi. Calderé se lo oía a los pesos pesados de aquella familia que saltaba cada domingo a pelarse las rodillas por los campos de Tercera. Ramon Maria era el técnico de aquel Reus reconocible, inundado de futbolistas de la zona, una generación que sacó del pozo al club en instantes de escasez de recursos y sospechas administrativas. El Niño se llamaba David Querol Blanco (Reus, 1989), al que Calderé le confió su destino en el curso 2008-09. Querol recuerda a menudo su debut oficial, en un partido de Copa Federación ante el Zaragoza B. Por cierto, formó sociedad ofensiva con un tal Isaac Cuenca, ahora soltando golazos en Granada.
El Niño vivía su ingreso en Tercera como un simple juego de ocio. No paraba de bromear ni siquiera cuando Calderé amenazaba en las sesiones. ‘Oye, Querol, que esto no es el Astorga’. Derramó sus primeras lágrimas en la eliminación del play off de ascenso a Segunda B ante el Binissalem, que dejó al Reus, por cuarta vez consecutiva, a las puertas de su gloria. El fútbol de bronce se veía entonces como un auténtico sueño paradisíaco.
Santi Castillejo tomó las riendas del Reus en junio de 2009 y se transformó en padre deportivo de aquel espigado delantero, que ya ofrecía virtudes para atacar los espacios. Su zancada a campo abierto le distinguía. Castillejo le convenció de que el fútbol podría darle alimento, que no sólo se trataba de un divertimento privilegiado. No era fácil llegar al alma de aquel niño indomable. El Reus volvió a quedarse a las puertas de Segunda B en verano de 2010, pero Querol había tomado, definitivamente, un papel principal en el proyecto. Y eso que se presentó a la pretemporada siguiente con molestias preocupantes.
Unas 24 horas de futbito veraniegas le dejaron tocado y Castillejo no podía creérselo. En más de una ocasión se puso las manos en la cabeza con él. En el primer partido de preparación, en la pre-época de la 2010-11, el Villarreal de Primera División visitó el Estadi. Querol empezó a correr detrás de los centrales como si el mundo fuese a estallar en cinco minutos. Acabó en la caseta vomitando.
Dos meses en el limbo
David padeció su particular pesadilla con la trágica muerta de Jordi Pitarque, en la inauguración de una temporada que iba a convertirse en histórica. Vivió una pesadilla emocional que le repercutió en el rendimiento deportivo. Ni siquiera así Castillejo le abandonó. No dejó de ponerle a jugar. El delantero precisó de ayuda psicológica para superar, probablemente, uno de los trances más difíciles de su carrera. Regresó a lo grande. Dos goles ante el CE Europa le devolvieron al escaparate. En total acabó con 15. El Reus firmó el deseado ascenso en Níjar, cerca de Sant Joan, en junio de 2011. Ni siquiera los problemas que le dio el pubis impidió que Querol celebrara como nunca. Su Copa del Mundo particular.
Su vuelo a Sevilla, para probar suerte en el mítico Betis, no resultó. Las lesiones no le dejaron tranquilo. Castillejo le rescató cuando pocos se acordaban de sus carreras de atleta fondista. El Nàstic y el Llagostera le abrieron el salón profesional del fútbol. Hasta el regreso a casa, este verano, como fichaje franquicia de su Reus, ya instalado en la élite de la Segunda División.
Ni siquiera ha necesitado de su mejor versión para ampliar contrato. Dos años más de relación y de acomodo en casa. Querol responde a ese perfil estratégico imprescindible para cualquier entidad. Cultura de club. Icono venerado por los hinchas.