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La competitividad puede matar

Querer ser el mejor y sacar las mejores notas lleva a esa competitividad malsana que hace que se mire al ombligo y no a las maravillosas personas que nos rodean

18 diciembre 2023 09:03 | Actualizado a 18 diciembre 2023 09:04
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Acabo de poner las notas en mis asignaturas en la Universidad de Navarra y es, como siempre, un pesado ejercicio de memoria (son 286 alumnos en total) y haría falta poder recordarlos a todos para ser justo y no basarse solamente en las notas de los distintos ejercicios sino también sobre su activa participación en clase y sus actitudes (son 286 alumnos en total).

Mis asignaturas en Pamplona son de asistencia obligatoria porque, como aprendí en el IESE, los participantes aprenden a través de las experiencias que se desarrollan en las sesiones, es decir, a través de las intervenciones y opiniones de todos los participantes y el liderazgo del profesor que interrumpe, espolea el diálogo, se enfada ante comentarios baladís o se enfrenta a quienes no aportan nada al caso.

Por lo tanto, el juicio sobre las aptitudes de cada uno, no dependen solo de un examen o una prueba sino de cómo se comportan en el aula, qué talento hay en las intervenciones, qué respeto muestran hacia los demás y cómo intentan convencerles de que sus razonamientos funcionarían mejor en esa situación concreta que se discute.

Para lograrlo hay que pulsar el ambiente, identificar a quienes están y no muestran interés alguno, utilizando alguna pantalla mientras la acción sigue desarrollándose, quienes muestran mucho interés pero les es difícil contestar y quienes están constantemente ‘enchufados’ al desarrollo de la discusión.

Esos datos son esenciales para ser justo en las calificaciones porque nos permiten ver las cualidades de las personas que, una vez terminados sus estudios, deberán enfrentarse a una realidad que tiene un poco que ver con el saber puro y un mucho de sus actitudes.

Al terminar cada clase, me enfrento a las fotografías de mis alumnos y pongo símbolos para definir el número de intervenciones y su calidad. También anoto quiénes estaban distraídos con su ordenador o móvil o quiénes no paran de hablar con sus compañeros de al lado. Pero con 100 alumnos en el aula eso es muy difícil.

Por eso tengo dos estratagemas que me funcionan a medias: la primera es que, como que deben trabajar en grupo los ejercicios que entregan en formato de vídeo todas las semanas, son libres de echar a quienes no trabajan o no se presentan. Con solo comunicárselo al alumno y decírmelo a mí, quedan automáticamente excluidos.

La segunda estratagema es pedirles que en la hoja de asistencia a clase que deban firmar, anoten el número de participaciones que han tenido, dos o tres veces durante el semestre. De esa forma puedo contrastar si mis datos son correctos o hay alguien que ha participado y no he reconocido.

Lo que me sorprende cada año es que, una vez publicadas las notas haya comentarios parecidos a los siguientes:

-No he podido ir a sus clases porque tenía otra clase a la misma hora y no entiendo por qué he suspendido o me ha puesto un no presentado (Si cada vez que no asistes se resta medio punto a tu nota final, ¿cómo puedes aprobar sin asistir?)

-Esta chica de mi grupo ha trabajado mucho más que otros dos componentes que no han hecho nada y tiene peor nota (¿por qué no les habéis echado del grupo y os hubieseis ahorrado el berrinche? ¿Creéis que comparar es sano?)

-He participado muchas veces en clase, pero igual usted no me ha reconocido en la fotografía (tenía once faltas de asistencia)

-Me he esforzado muchísimo en ordenar todas mis asignaturas y decidí no ir a menudo a su clase porque había otras que podía aprobar y a la suya no sabía que había que asistir. (¿No te has leído cómo funciona y evalúa esta asignatura? ¿Has venido a la Universidad o te has ido a un supermercado?)

La labor de las universidades y las escuelas de negocios es abrir la mente a los alumnos, ayudarles a desarrollar sus talentos personales y profesionales, ayudarles a creer en la sabiduría como una herramienta de mejora de su persona y de quienes les rodean, fomentar actitudes responsables que incluyan la inteligencia emocional gracias al trato con los compañeros y, sobre todo, a convertirse en personas maduras que se dan cuenta que lo más importante es lo mucho que pueden aportar a su pareja, a su familia, a su clase, a sus colegas, a su país y al mundo entero.

Muchas veces, querer ser el mejor y sacar las mejores notas les lleva a esa competitividad malsana que hace que se miren al ombligo y no a las maravillosas personas que les rodean y a quienes pueden ayudar.

Xavier Oliver es profesor del IESE Business School

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