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Liderando la tristeza y la desesperación

Levantarse por la mañana con ganas de ir a trabajar implica tener una actitud que nace, crece y se reproduce a través del cómo dirigen sus líderes

18 septiembre 2023 09:49 | Actualizado a 18 septiembre 2023 10:08
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Cada vez más países latinoamericanos están siendo sometidos a regímenes políticos que predican ayudar a los más desfavorecidos pero que el resultado de su mandato es la emigración masiva de las clases altas y media quedando el país en un estado de atonía económica desesperante.

Si el comunismo cubano no permitió el desarrollo del país a los niveles que esperaban sus dirigentes, Venezuela es un ejemplo de país destrozado en el que solo les queda la jerga política desesperada, agria y crítica con el resto del mundo para mantener una brizna de esperanza para los más que desfavorecidos que quedan en el país. La infección va creciendo y afecta ya a muchos países que ven su desarrollo suspendido en mor de unos ideales que no se cumplen. Y los que sufren amargamente, son los ciudadanos.

Eso que ocurre en la política hoy, viene produciéndose en el mundo empresarial desde hace muchos años. El ideal de que el fin primordial y casi único de la empresa es ganar dinero ha llevado a adoptar modelos de liderazgo basados en dar satisfacción a los inversores porque son quienes -dicen- más ayudan al crecimiento con la aportación de capital.

Quienes adoptaron ese modelo de pensamiento se enfrentan, muy a menudo, a unos empleados desmotivados y que trabajan por el fin casi único que es ganarse la vida. Quienes hemos trabajado disfrutando sabemos que eso es fruto de un buen liderazgo, el que considera que su primera materia gris no tiene el color de dinero sino el de las personas.

Quienes hemos trabajado disfrutando, sabemos que eso es fruto de un buen liderazgo

Levantarse por la mañana con ganas de ir a trabajar implica tener una actitud que nace, crece y se reproduce a través del cómo dirigen sus líderes. Si se creen los únicos depositarios de la verdad y han construido una pirámide muy estrecha y alta donde los que más saben son los de arriba y los demás sirven a esos grandes hacedores sin tener ni arte ni parte en el gobierno de la empresa, el resultado es la tristeza y la desesperación que producen el desencanto y la apatía.

Esas son empresas que muchos conocemos y en las que el ‘ellos’ y ‘nosotros’ son sinónimos de los jefes y los curritos. Cualquier decisión es explicada por los colaboradores en primera o tercera persona del plural: «ha decidido, ha dicho, ha hecho» o «han decidido, han dicho, han hecho» con una total desafección y la certeza de que no son buenas noticias. Lo mismo que ocurre en la política de esos países a los que me he referido más arriba.

El «yo paso» es una constante, aunque frente a los directivos se deba hacer el teatrillo de reírles las gracias.

El resultado de esa falta total de integración en la compañía se critica frecuentemente en los consejos directivos o de administración utilizando teorías como la que los trabajadores ya no son como antes o que esta nueva generación es voluble porque no se empeña suficiente en pensar en su futuro profesional. Y se lo digo porque he estado ahí, lo he oído y lo he sufrido muchas veces.

¿A cuántos conocen ustedes que no están contentos en su lugar de trabajo y reniegan constantemente de las decisiones tomadas, de la forma de tratarles, de la intolerancia, del control minucioso de lo que hacen con la certeza de que lo hacen mal y el palo les caerá a ellos...?

¡Qué triste se ve la vida cuando eso pasa! Tantas horas trabajando y no disfrutando de ellas. Recuerdo al basurero de Camprodón, el Campa, que llevaba un carro tirado por un mulo y me invitaba a acompañarle un trecho cuando era pequeño y siempre me contaba: este es el mejor trabajo del mundo, nadie me manda, hago el horario a mi manera, me acompaña el manso que nunca me contradice ni me controla y me acuesto siempre satisfecho. Y, sinceramente, aquello olía fatal y era monótono, físico y poco agradable.

Esa enseñanza me ha perseguido toda mi vida. Evidentemente trabajando solo, todo es más fácil que en una empresa grande, pero en todos los casos depende de lo que puedo hacer o no, de cómo decido y de cómo me tratan mis jefes y mis compañeros, mucho más que del trabajo que me toca hacer. Tengo un hijo cocinero y en esa profesión de tan alta rotación, eso se demuestra con creces: si el ambiente es bueno y me quieren, me quedo. De lo contrario, hay una oferta muy amplia donde escoger y me voy. Lo que cocino es importante, la marca también, el aprendizaje de los mejores fundamental, pero al final de un día estresante, lo que cuenta es que te pase como al Campa: me acuesto satisfecho. Y eso sí depende de los líderes.

Xavier Oliver es profesor del IESE Business School

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