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Tremendismo y abrazos

Quienes piensan que vamos por muy mal camino solo saldrán de su encierro con algo que les emocione y les demuestre que el amor nos mueve en la misma dirección

31 marzo 2024 20:14 | Actualizado a 31 marzo 2024 20:16
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Perdonen que ponga este título tan extravagante, pero he hablado ampliamente en esta columna del efecto del tremendismo en nuestra sociedad, que hace que fenómenos o noticias que desaparecen al cabo de poco tiempo, hayan tomado dimensiones tan espectaculares en los medios de comunicación. ¿Pero, porqué los abrazos?

Durante un almuerzo con mis entrañables amigos de la coral Garbí donde canté durante muchos años, compartimos algunas ideas de cómo mejorar el mundo y, para resumir, les diría que lo que nos hace falta es abrazar más para frenar nuestros impulsos primarios de verlo todo negro.

¿Abrazos? Se preguntarán. Pues hasta ahí llegamos en nuestra conversación apasionada que reflejaba nuestras experiencias personales. Anna nos contó que fue después de la pandemia que empezó a notar que sus conocidos necesitaban un primer contacto que fuese más allá del simple saludo de rigor, con esos dos besos volados a cada mejilla. Y empezó a experimentar con los abrazos. Me encantó escucharla contar que al acercarse a alguien con quien no se habían visto desde el principio del gran encierro, abría sus brazos en vez de acercar su mejilla y se encontró, en todas las ocasiones, que al otro le invadía unas ganas enormes de abrazarla.

Ella percibió que la soledad de tantos días provocaba una carencia afectiva que tenía que ver con la falta de contacto físico, con el sentir cerca el corazón del otro, con esa sensación de transparencia y de cariño sin trabas que implica un buen abrazo. Y, después de la conversación que se establecía de inmediato sobre qué tal lo has pasado, como están los tuyos etcétera, intentaba sonsacarles qué había significado ese abrazo para ellos. Y la respuesta siempre era de agradecimiento y decirle que lo necesitaban...

Igual los humanos estamos predispuestos, desde que abrazamos a nuestro primer peluche, a que ese contacto con los que apreciamos demuestre nuestra predisposición a quererlos sin trabas, sin tapujos, abiertamente. Es un acto de generosidad que poco tiene que ver con los formalismos y cuyos resultados son sorprendentemente buenos para establecer una relación de cariño. Creo que es algo que predispone al otro a buscar lo mejor que hay en él para regalarlo sin trabas. ¡Y eso es magnífico!

El tremendismo no puede combatirse solamente con la razón. Por más que he intentado razonar sobre temas espinosos con otras personas, siempre topamos con barreras que hemos puesto para preservar nuestra opinión. Si alguien nos está diciendo que el mundo se hunde, que vamos fatal, que todo está revuelto y que se acerca la tercera guerra mundial, de nada sirve nuestro optimismo y nuestras razones sobre lo bien que vivimos hoy y las mejoras que la sociedad ha conseguido. Estamos enrocados porque lo que está hablando es la razón, pero lo que condiciona nuestra posición son las emociones.

Quienes piensan que vamos por muy mal camino solo pueden salir de su encierro con algo que les emocione, que les demuestre que les apreciamos, que queremos estar cerca de ellos y que la discusión no nos lleva a ningún lado pero que, sin embargo, el amor nos mueve en la misma dirección. Y, si este descubrimiento en el ámbito de la intimidad personal es tan certero y funciona tan bien, ¿por qué no lo intentamos en nuestra vida profesional?

Seguro que han pensado alguna vez en que un cliente o proveedor específico es cercano y querido. Seguro que han descubierto que algunas de las personas que les rodean son empáticas y uno jamás se aburre de estar con ellas. Y, ¿no se han planteado la necesidad de que eso ocurra con la mayoría de las personas que les rodean, con los camareros, auxiliares de vuelo, taxistas, porteros, bedeles, conocidos a quienes hace tiempo que no ven...?

¿No sería este un mundo mejor si todos pensásemos que ese abrazo que abre corazones es un instrumento para olvidarnos de lo malo y para conectar directamente con lo bueno que todos llevamos dentro?

Hemos oído repetidamente que amar es darse a los demás y quizás deberíamos aprender que para vivir en esta sociedad hace falta que eso se note desde el minuto uno. Y quizás sea con un abrazo que podemos borrar de este planeta el tremendismo que nos asusta y nos hace pequeños para vivir dando a los demás esa paz emocional que nos lleva a una dimensión mucho más real y dichosa que el quejarnos de lo malo.

Xavier Oliver es profesor del IESE Business School

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