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    Una medalla de plata

    Cuando una empresa cree que una de sus misiones es aflorar lo mejor de cada uno, no puede permitirse una rotación alta porque se les va el talento por la ventana

    06 febrero 2023 11:54 | Actualizado a 06 febrero 2023 13:04
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    El pasado viernes tuvo lugar la entrega de medallas de plata de la Universidad de Navarra en Pamplona. En el IESE la ceremonia de entrega fue el 22 de diciembre en Barcelona. En total la recibieron 122 empleados de estas dos instituciones, además de la Clínica Universidad de Navarra y del CIMA (Centro de Investigación Médica Aplicada). Se concede a todos los empleados cuando cumplen 25 años de servicio. Tuve el honor de contarme entre ellos.

    Hoy en día parece que no esté de moda dar medallas si descontamos a los militares. Suena casi infantil... pero la realidad de lo que viví es totalmente otra cosa. En primer lugar, la consideración y alegría que los demás colegas, conocidos o no, muestran con los medallistas. Andar por el campus supuso el oír constantemente: «¡Felicidades por la medalla!». Con saludo, abrazos y besos. Abrir el mail o el WhatsApp, lo mismo. Y me pregunté: ¿por qué le damos tanta importancia?

    Creo que lo que más demuestra la trascendencia del acto es que la institución premia la lealtad y no solamente el talento inmediato de quita y pon. Hay momentos en que la necesidad de reemplazar o de añadir a alguien en la plantilla se asemeja a la compra de un ordenador. El que tengo ya no me sirve, va lento y necesito reponerlo. Cuando el nuevo vuelva a fallar, volveré a cambiarlo. ¿Remordimientos? Ninguno.

    Conozco a algunos restauradores que están en esa situación. La rotación en cocina y en sala son tan grandes que las personas se convierten en objetos necesarios e intercambiables. Cuando alguna vez les he preguntado si hacen algo para fidelizarles me responden que no hay manera, que el esfuerzo no vale la pena. Y esto es un gran error, porque conozco a otros que buscan el largo plazo y tienen a un personal fiel e integrado en la empresa con muchos mejores resultados en todos los sentidos, incluido el financiero.

    Lo que se ve tan claro en la restauración también se produce en todo tipo de empresas. Quizás sea esa mentalidad que defiende que en el cambio está lo bueno y que la rotación les conviene. Normalmente una cúpula que no rota (se creen imprescindibles porque son el alma de la empresa) y una base que rota como los coches en la plaza de la Etoile en París.

    Cuando una empresa cree que una de sus misiones es aflorar lo mejor de cada empleado, no puede permitirse una rotación alta porque se les va el talento por la ventana. Eso en lo que tanto han trabajado en desarrollar se va, y vuelta a empezar. O sea que todos los métodos que encuentren para fidelizar valen la pena. Y aquí entran las medallas que, como un elemento que se otorga en una ceremonia emocionante, rodeados de muchos y un recuerdo que perdura, demuestra que lo que buscamos es vivir en común el mayor tiempo posible y eso nos alegra, lo que celebramos y luchamos por ello.

    Una vez más, son las actitudes las que marcan el futuro de las empresas. Hemos hablado de dos polos opuestos: los que quieren fidelizar y los que van a salto de mata. Los primeros tienen una creencia que produce sentimientos positivos en todos y que se demuestra de forma emocional y frecuente en todas las posibles direcciones: de arriba abajo y de abajo arriba, con democracia total porque todos la reciben a los 25 años, todos.

    Los segundos tienen una finalidad solamente de eficiencia y generación de los mayores beneficios posibles y por lo tanto, utilizan la competitividad entre los empleados a base de bonos o incentivos para premiar la consecución de objetivos marcados por la cúspide de mando, independientemente de lo que eso pueda producir en quienes no son corredores de 100 metros.

    Yo admiro las empresas que cuando hablamos de personas me cuentan lo que hacen para mejorar las capacidades de cada uno, aumentar sus niveles de responsabilidad y autogestión y premiar a todos de forma ostensible.

    «¿Echáis a alguien?», les pregunto. Y la contestación siempre es la misma y tiene que ver con la cultura corporativa. Quien no late al mismo ritmo, quien se separa del grupo para luchar por lo suyo, quienes frenan el desarrolla desde su área de confort... a esos les invitamos a marcharse. No son los resultados sino el espíritu de familia lo que determina los cambios.

    Y en algunas empresas, las más admirables, no son los directivos y jefes quienes excluyen a quienes no siguen el ritmo o cuyas actitudes no son compatibles con su cultura; son los propios compañeros quienes les excluyen. Y eso es un logro extraordinario. Demuestra, sin lugar a dudas, que todos sudan la misma camiseta.

    Xavier Oliver es Profesor del IESE Business School

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