Elena Moya: «En el Delta se sienten dejados de la mano de Dios y en Tarragona podríamos hacer más para ayudarles»

La tarraconense, autora de ‘Los olivos de Belchite’, publica ‘La otra orilla’, una historia ambientada en la Isla de Buda.

09 enero 2022 17:24 | Actualizado a 10 enero 2022 09:37
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Elena Moya nació y creció en Tarragona. Se licenció en periodismo en la Universidad de Navarra y tras sus primeros pasos profesionales en Catalunya, en 1998 se estableció como periodista financiera en Londres, donde reside desde entonces. De forma paralela, Moya se ha gestado una sólida trayectoria literaria con títulos como Los olivos de Belchite, La maestra republicana y La candidata. Su última novela es La otra orilla. Publicada por Suma, (Penguin Random House), con ella viaja a la Isla de Buda, en el Delta de l’Ebre, a la Guerra Civil y, de nuevo, al esfuerzo y la perseverancia de una mujer para romper con las barreras con las que le ha tocado vivir.

La novela empieza diciendo que hay una lucha milenaria entre el río y el mar.
Uno de los ingredientes principales de las novelas es la tensión. Entonces, el Delta da mucho de sí porque tiene muchas tensiones. Tiene la tensión del río y el mar. Como Franco construyó tantos pantanos en el Ebre, cada vez llegan menos sedimentos, por lo que el río empuja menos y el mar tiene más fuerza. En este sentido, la regresión del Delta es de un metro al año. También está el tema del arroz, que la gente ya no puede vivir de él y, por supuesto, el río tiene la tensión de la frontera de la Guerra Civil. Además, como paraje natural, es espectacular. 

 

«Vivimos en una sociedad en la que tienes que ser un hombre blanco, occidental, heterosexual, casado y con dos niños»

¿Tiene algún vínculo con el Delta?
No más allá de ir de excursión cuando era pequeña, con el colegio y con mis padres. Pero para la investigación de la novela intenté ir en las cuatro estaciones, hice un curso de ornitología, visité las mejilloneras, subí en un tractor y adopté el reloj solar. Estuve en un hotelito fantástico en Deltebre, donde me ayudaron a todo. Y subir en el tractor lo disfruté muchísimo, ya que ha sido la máxima sensación de poder que he experimentado en mi vida. Primero, porque son altísimos. Luego porque están supertecnificados. Parece un avión. 

Todo para dibujar a Asun, la protagonista.
Exactamente. Lo que me impresionó mucho fue el amanecer del Delta. Todas las capas de amarillo contrastadas con las de azul; el anochecer, con los colores rojizos impresionantes. Y lo que te deja sin palabras son los cielos estrellados. Centenares y centenares de estrellas. En Londres ya no me acuerdo de que hay estrellas. O que te despierten los patos a las cinco de la mañana, con mucho ruido. En el Delta viven de una manera mucho más integrada con la naturaleza y eso me gustó mucho experimentarlo. Es decir, yo quiero tener todos los beneficios que la tecnología y el progreso te dan, pero también es muy bonito comulgar más con la naturaleza en tus biorritmos. Eso me gustó mucho y el Delta te lo da. Pero se sienten dejados de la mano de Dios y creo que en Tarragona podríamos ayudarles más porque es maravilloso.

Recupera al Lluís Llach joven y ‘La Estaca’. ¿La lucha ha acabado?
No. La democracia en España es muy corta, es más joven que yo. De hecho, los países anglosajones tienen una democracia mucho más consolidada y el tema de las libertades y el de la diversidad lo tienen mucho más avanzado y creo que esto hay que decirlo. En cuanto a Lluís Llach, lo conocí en Londres hace unos seis años. Yo era la presidenta de Catalans UK y lo invitamos. Fue muy divertido. 

 

 

De nuevo en sus novelas, las mujeres vuelven a tomar el protagonismo.
No porque lo haya decidido, ha salido así. Ponerme en la piel de un hombre me cuesta, aunque espero algún día poder hacerlo. Pero también pienso que mis héroes eran Don Quijote y Tintín. Yo quería ser como ellos. Entonces, no pasa nada si un hombre lee La otra orilla y quiere ser como Asun. ¿Por qué no? Antes que nada es un personaje humano. 

Un personaje que se rebela.
La historia de Asun es una historia de rebeldía contra su destino y hay muchísimos hombres que se rebelan contra su destino. Siempre he pensado que vivimos en una sociedad en la que tienes que ser un hombre blanco, occidental, con un background educativo selecto, heterosexual, casado y con dos niños. En los lugares de poder del mundo, el 90% son personajes de este perfil. Pero el 99% de la población no es así, es gente mucho más diversa. Y mis libros hablan de diversidad. Hay que empezar a celebrarla. Cuando escucho que hay que españolizar Catalunya siempre digo que lo que hay que hacer es catalanizar España. Y España debe tender puentes, como mi libro, La otra orilla. Pero no lo digo en clave independentista, sino de relaciones porque a la que tienes más diversidad, el conflicto se reduce. Y hablo de diversidad geográfica, racial, ideológica... Todavía hace falta mucho trabajo para llegar aquí y si mis novelas pueden contribuir a esto, es francamente lo mejor que puedo esperar. 

 

«En una sociedad donde la gente se respeta, todos ganan»

‘La otra orilla’ hace referencia a la diversidad sexual.
Yo soy lesbiana y me tuve que ir de España porque estaba mal visto. Y a mí Londres me lo ha dado todo. Creo que todavía no estaba suficientemente explicado el efecto que realmente provoca cuando una persona es gay y no puede querer de manera abierta. Lo mal que lo pasas, lo que se sufre, las consecuencias que esto te deja. Creo que la gente heterosexual todavía no lo puede entender o no es consciente. Y con La otra orilla he intentado que se entienda. Si eres gay y lamentablemente te enamoras de una persona heterosexual, la otra persona no se tiene que enamorar de ti, pero puede respetar tus sentimientos. 

Los heterosexuales también pueden no ser correspondidos.
Es lo mismo. Que te respeten y te reconozcan porque existe el derecho a enamorarse. Y en una sociedad emocionalmente avanzada, cuando ves que no correspondes a la otra persona, siempre puedes hacer mucho para que no se sienta mal. Porque si no, puede pensar que está haciendo algo mal, aparecen los sentimientos de culpa y esto crea inseguridades. Una sociedad en la que la gente vaya segura y se respete es una sociedad en la que se puede ayudar más a los demás, es una sociedad donde todos ganan. Si la gente estuviera más incluida, todos los problemas se resolverían mejor. Seríamos más felices.

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