He recibido con especial decepción la decisión de la Audiencia de Barcelona de dejar en libertad provisional al exfutbolista brasileño del Barça Dani Alves bajo fianza de un millón de euros, a pesar de que tiene una condena a cuatro años y medio de cárcel por violar a una joven en una discoteca.
Sí, estoy decepcionado, e indignado, porque este acuerdo lanza el mensaje de que ni la venda que cubre los ojos de la Justicia está tan bien puesta ni su balanza tan equilibrada; sí, otra vez los jueces demuestran que no todos somos iguales ante la ley –ni ante el delito–, que según quién seas y el dinero que tengas, las penas son menos penas.
Decepcionado e indignado, porque han despreciado todo el esfuerzo de policías, médicos, forenses, psicólogos... que trabajaron duro por esclarecer lo que pasó aquella noche.
Decepcionado e indignado, porque me pongo en la piel de la víctima y siento una frustración enorme. Porque nadie podrá hacer desaparecer lo que sufrió, pero se le niega encima esa reparación moral que supone que quien la hizo daño pagará por ello.
Decepcionado e indignado, porque, con todo lo que cuesta a una chica que ha sufrido una violación denunciarlo y revivir luego todo el dolor en un juicio, pueden llegar a la terrible conclusión de que no merece la pena.
Decepcionado e indignado, porque se lanza un mensaje de impunidad intolerable e inaceptable.
Decepcionado e indignado porque decisiones como estas hacen más vulnerables a todas esas chicas y mujeres que sienten miedo cuando caminan solas por la noche.
Decepcionado e indignado porque la Justicia ha demostrado una vez más que no es justa. Y esto, además de una profunda decepción y una enorme indignación, provoca miedo. Mucho miedo, porque, si nos falla la Justicia, ¿qué nos queda?
