La sala 104

03 abril 2024 18:13 | Actualizado a 04 abril 2024 07:00
Marta San Miguel
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Hace dos años, el escritor Juan Tallón relató un curioso capítulo de nuestra historia como país en Obra maestra. La novela narra la desaparición inverosímil pero real de una escultura de 38 toneladas del artista estadounidense Richard Serra que el Museo Reina Sofía le había encargado. Como el que pierde el DNI justo cuando tiene que salir de viaje, la tremenda mole de acero había desaparecido de los almacenes de una empresa privada donde el centro de arte la había guardado cuando fueron a exponerla. La publicación del libro hace dos años me hizo volver al Reina Sofía, y también al Guggenheim, es lo que tiene la actualidad, que te pincha la curiosidad y hace que te muevas. Así que ahora, cuantas más noticias leo sobre el fallecimiento del gran artista del metal, más ganas tengo de ir a Bilbao a verlo. En la sala 104 del edificio de Frank Gehry culebrea la Serpiente de acero y están sus Torsiones elípticas, toscas láminas de metal dobladas con la fragilidad de una oblea y sin más adorno que la mirada que quieras tú poner en ellas al atravesarlas; puedes caminar entre las ocho esculturas y tocar la rugosidad del metal tratado por las manos de un gigante, y da igual cuántas veces hayas visitado el laberinto de acero que siempre te hace sentir leve y vulnerable como lo hace una tormenta, pinchar una rueda bajo la lluvia, la fiebre de un hijo. Están allí desde 1999.

La actualidad no es solo lo que sucede a nuestro alrededor, también es un motivo para renovar tus votos en el presente y no hacer de la vida un futurible en la que dejamos todo para mañana

Piensen en qué han hecho desde entonces, desde ese año: ¿acaso saber que podemos ir en cualquier momento es el motivo para no ir? El fallecimiento de uno de los mejores escultores del siglo XX ha provocado cientos de artículos sobre su obra y los redactores de necrológicas han sacado sus trabajos de la nevera. Sin embargo, tras esta catarata de semblanzas y loas, hay una advertencia. Como si la jaula siempre hubiera estado abierta, estas despedidas son un recordatorio de que ahí está su obra, de que podemos ir al Reina Sofía o al Guggenheim siempre que queramos, y que, precisamente por eso, nos instalamos en un perpetuo ‘ya lo haré’ inmovilizante. Hay noticias que son una colleja que nos da la vida para hacernos espabilar ante lo que damos para siempre por sentado, y perder a Serra es una de ellas. La actualidad no es solo lo que sucede a nuestro alrededor, también es un motivo para renovar tus votos en el presente y no hacer de la vida un futurible en la que dejamos todo para mañana. Volvamos a Bilbao, o al Reina: estamos a tiempo, aunque no seamos conscientes del lujo que esto supone.

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