Esclavos del siglo XXI

13 septiembre 2022 13:54 | Actualizado a 13 septiembre 2022 13:57
Òliver Márquez
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Óliver Márquez, periodista. Padre de familia numerosa y músico frustrado. Fue redactor en El Punt y jefe de redacción de la Agencia de noticias del Consorci Local i Comarcal de Comunicació de Catalunya. También ejerció de director de Més TV i Canal Català Tarragona y fue jefe de prensa de BASF Española. Cofundador de la agencia Èxit Comunicació y exdirector del semanario NoticiesTGN, en la actualidad es responsable de prensa y comunicación de la Xarxa Santa Tecla – Sanitaria, Social i Docent.

En un periódico veo que Leo Messi ha viajado 52 veces en su avión particular entre de junio y agosto. Yo, pobre de mí, miro la cuenta corriente a día 13 y ya busco las palabras adecuadas para explicar en casa que, una vez más, nos va a costar llegar a fin de mes.

La clase media de este país, si es que aún existe clase media, está condenada a pasarse toda la vida luchando contra las estrecheces económicas. Es así por sistema. No importa las cuentas que hagas ni lo metódico que seas, es imposible llegar holgadamente a la próxima nómina (y afortunado/a quien la tiene). Y lo peor es que cada mes que pasa se convierte en el más difícil todavía.

Antaño, para una familia trabajadora era posible ahorrar con una buena planificación, con contención del gasto y con la renuncia a determinados lujos y caprichos. Todo eso ahora ya no sirve. Nuestros sueldos, a la cola de Europa, apenas dan para hacer frente a la vergonzosa subida de precios de los servicios básicos. Los gastos fijos literalmente se comen un salario (y dos) en un abrir y cerrar de ojos. La situación es ya realmente preocupante en una gran mayoría de hogares de este país y especialmente para los jóvenes, cuya emancipación es imposible ante tal panorama.

El propio Diari lo explicaba hace unos días con un buen reportaje del compañero Raúl Cosano. Con una inflación disparada y sin control, suben y seguirán subiendo las hipotecas, la luz, el gas, la gasolina y el diésel, los impuestos, la telefonía, así como el carro de la compra, cuyo precio está por las nubes.

No hay escapatoria posible a estos gastos ineludibles. Y la cosa se complica aún más con la llegada de un mes de septiembre demoledor. Para las familias con hijos, la compra de libros, ropa, material escolar, ordenadores y las matrículas de las extraescolares son el golpe definitivo a la maltrecha economía doméstica después del verano.

En este país las familias de clase media están condenadas a sufrir estrecheces económicas por sistema. Algo debemos hacer mal, esto no es vida

Uno divisa el futuro inmediato y llega a la conclusión de que lo que se avecina es insoportable. Ir a comprar al supermercado es entre frustrante y deprimente. Con 20 euros de carburante ya apenas circulamos 100 kilómetros. Las facturas de la luz y el gas –que no hay quien las entienda–, son la auténtica pesadilla de principios de cada mes. Y qué decir de la cuota de la hipoteca, que provoca auténtico pavor a medio y largo plazo a todo un país.

El acoso y derribo al poder adquisitivo de la clase media parece no tener fin. A este ritmo algo rutinario como cenar fuera o llevar a los niños al cine pronto se convertirá en un lujo al alcance de muy pocos. Y para esto queda poco si nadie pone remedio.

Un servidor ya hace tiempo que va por casa apagando luces como un loco y, cuando salimos, hemos dejado de pedir postres y cafés para que la cuenta del restaurante no se dispare demasiado.

Nos hemos convertido en esclavos, sometidos al yugo de una sociedad donde sobrevivir cuesta dinero y alcanzar la felicidad, una auténtica fortuna

Suena triste pero así es la vida de la familia media trabajadora, siempre condicionada por la economía, frustrada por las constantes discusiones domésticas por la escasez de dinero, apretándose el cinturón y renunciando a pequeños placeres de la vida.

Mientras tanto, los consejos de administración de eléctricas, petroleras y bancos, con la connivencia de la clase política, se reparten beneficios indecorosos en vez de aportar soluciones a los problemas de la gente de a pie.

Con todo esto me pregunto cómo es posible que aún no hayamos tomado las calles. Sin duda es el resultado de una sociedad de consumo perezosa y acomodada, incapaz de plantar cara a los abusos que toda la mafia legal de este país comete a diario en nuestros hogares.

Apreciados lectores y lectoras, me temo que finalmente lo hemos conseguido. Nos hemos dejado llevar y ya no somos dueños de nuestras vidas. Nos hemos convertido en esclavos, sometidos al yugo de una sociedad donde sobrevivir cuesta dinero y alcanzar la anhelada felicidad, una auténtica fortuna.

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