Ametralladoras enterradas y presos que dormían en agujeros

L'Hospitalet de l'Infant se vio en medio de republicanos y nacionales durante la Guerra Civil debido a su posición estratégica. Fueron años de bombas, requisas y cambios de nombre

19 mayo 2017 15:59 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:15
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El 14 de abril de 1931, día de la proclamación de la Segunda República Española, L’Hospitalet de l’Infant perdió su nombre y pasó a denominarse Hospitalet del Mar. Los republicanos no querían saber nada del monárquico Infant Pere de Aragón y le borraron de la nomenclatura. Hospitalet del Mar les pareció más llano, más del pueblo. Y así se llamó hasta que las tropas nacionales del general Yagüe lo tomaron el 15 de enero de 1939. Recuperaron la coletilla de l’Infant, pero en castellano: Hospitalet del Infante.

La localidad sufrió los enfrentamientos de ambos bandos. La Guerra Civil Española (1936-1939) le pilló de lleno y dejó episodios duros, aún latentes en sus calles. Es parte de su historia. El Grup de Recerca i Investigació d’Espais de la Guerra Civil (GRIEGC) recuerda los hechos y anécdotas que sucedieron en la población mientras duró el conflicto. El tercer sábado de marzo, abril y mayo organizará visitas guiadas e interpretativas a lugares y restos de aquel periodo. Este sábado toca.

El punto de partida es la plaza de Catalunya. Allí hubo una iglesia hasta la década de los sesenta del siglo pasado. Ahora, en su lugar hay un edificio en desuso que albergó un cine y luego un supermercado. La historia se remonta a los días inmediatamente posteriores al golpe militar del 18 de julio de 1936. Con la lucha armada en plena efervescencia, los anarquistas de Amposta quisieron dar un toque de atención a sus contrincantes. Sacaron de la iglesia los muebles, las figuras de los santos y hasta la ropa del cura e hicieron una hoguera con todo en medio de la plaza. Fue su primer escarnio popular.

Los anarquistas empezaron fuertes la contienda en Hospitalet del Mar. Su versión sindicalista, la CNT, requisó bienes por la fuerza a burgueses y terratenientes del pueblo. Se quedaron con tierras y almacenes. En la calle del Mar todavía están en pie los chalets de principios del siglo XX donde vivían estas personas adineradas.

Defender la línea de costa de posibles ataques era uno de sus quebraderos de cabeza. Estaban bien armados: disponían de baterías de artillería y dos nidos de ametralladoras de hormigón. Estos todavía siguen allí, enterrados bajo el paseo marítimo. Quedaron ocultos cuando se reformó el puerto.

Uno de los episodios más oscuros de esta etapa fue la implantación de un enorme campo de trabajo de prisioneros. El Servicio de Inteligencia Militar, dependiente del Ministerio de Defensa de La República, trasladó allí a 2.000 presos políticos y de guerra procedentes de Valencia, Teruel y del centro penitenciario La Modelo de Barcelona para que construyeran las fortificaciones de defensa de la línea terrestre, en el Coll de Balaguer: trincheras, bunkers, fortines, polvorines, pistas militares y depósitos de agua.

Funcionó de abril a septiembre de 1938. Al principio, antes de instalar barracones, los internos dormían en agujeros que ellos mismos cavaban para guarecerse. Más de la mitad murieron trabajando o ejecutados. En el cementerio de L’Hospitalet de l’Infant y en el Coll de Balaguer hay fosas comunes.

Entre 1937 y enero de 1939, la aviación legionaria italiana, aliada de los nacionales, bombardeó sesenta veces el hospital del Coll de Balaguer y la estación de ferrocarril de Hospitalet de Mar. Esta zona era estratégica, pues era la retaguardia de la Batalla del Ebro y el origen de sus suministros por tierra –a través de la carretera de Vandellòs y Móra la Nova-.

El recorrido, que dura una hora y media aproximadamente, termina con la explicación de la retirada republicana por el río Llastres y la entrada de las tropas franquistas por Falset y Tivissa. De poco sirvió la defensa del Coll de Balaguer porque por allí no pasaron.

La visita, que se hace completamente a pie, transcurre íntegramente por el núcleo urbano. No se adentra en el Coll de Balaguer. «Está dirigida a un público interesado por la historia, que quiera conocer de primera mano lo que sucedió aquí durante la Guerra Civil. Es una actividad para toda la familia, pensada para entre cinco y quince personas», explica su guía, Jordi Solé.

Aparte de la narración interpretativa y detallada de los hechos, Solé muestra imágenes antiguas. «Trato de que los asistentes se metan en el papel, empaticen y capten la esencia de los sucedido», concluye.

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