La batalla ideológica del Procés

Se está haciendo lo indecible por politizar el juicio en un denodado esfuerzo por desprestigiar las más altas instituciones del Estado presentándolo como una simple máquina represiva 

26 febrero 2019 17:48 | Actualizado a 26 febrero 2019 20:45
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Podríamos decir tomando prestada la terminología del filósofo Louis Althusser, que junto al «aparato represivo de Estado» (el más importante de todos), existe otra realidad que no se confunde con él y que denominó «aparatos ideológicos de Estado».

La represión del Estado español, según la bien trabada propaganda independentista, se personifica ahora en los siete magistrados del Tribunal Supremo (TS) que osan juzgar a sus líderes políticos por presuntos delitos, cuya existencia, gravedad o liviandad le corresponde establecer únicamente a dicho tribunal, y a nadie más.

Tales «aparatos ideológicos» están compuestos por el sistema escolar, religioso, familiar, político, jurídico, sindical, informativo, cultural… y son absolutamente fundamentales pues con el uso adecuado de ellos se alcanza la «hegemonía ideológica» que, según Antonio Gramsci, es la más importante de todas a largo plazo para hacerse con la política como supo ver perfectamente Jean-Jacques Rousseau cuando dijo que: «El más fuerte no puede serlo siempre, sino transforma su fuerza en Derecho y la obediencia en deber».

Frente a los tecnicismos jurídicos de la Fiscalía, los abogados de la defensa optan por planteamientos más ideológicos, más asequibles para quienes carecemos de la adecuada especialización en Derecho Penal

La paradoja del asunto es, que puede que las famosas «estructuras de Estado» que habrían de ir construyendo el futuro Estado catalán fueran aún muy incipientes, pero «los aparatos ideológicos» de la Generalitat funcionan a pleno rendimiento y con una envidiable eficacia, mientras que sus equivalentes españoles se han mostrado del todo ineficaces y los sucesivos gobiernos han sido incapaces de montar una contrapropaganda adecuada para contrarrestarla habiéndose limitado in extremis a la defensa de la legalidad.

Claro que no se le puede pedir a todo el mundo que hayan leído a Althusser o a Gramsci pero sí lamentarse de no haber seguido siquiera el sabio consejo de que «más vale prevenir que curar». A los actuales líderes catalanes procesados no les hace falta haberlos leído habida cuenta de la sabida y bien reputada laboriosidad catalana que, a la larga, produce siempre buenos resultados como el agua que desgasta la roca.

La discusión política en este país, lleva ya demasiado tiempo librándose con insultos y descalificaciones que lo único que hacen es contribuir irresponsablemente al calentamiento global..., lo que no augura nada bueno cara al futuro. Por lo que vamos viendo en el desarrollo del juicio, en la guerra ideológica que inevitablemente se está suscitando, no puede sorprender que se esté haciendo lo indecible por politizar el juicio en un denodado esfuerzo por desprestigiar las más altas instituciones del Estado presentándolo como una simple máquina represiva orillando los supuestos derechos humanos sistemáticamente pisoteados.

Todo vale: «¡Es la guerra, traed madera!». Pero no es una película de los hermanos Marx lo que estamos viviendo. Nada importan los informes de la Fiscalía calificando poco menos que de idiotas a sus autores, prejuzgando la competencia e independencia de los magistrados del TS como si fueran unos peleles al servicio de los intereses ilegítimos del siempre pérfido Gobierno español, frente a los derechos singulares que reclama una parte de la sociedad catalana. Los únicos buenos de la película aquí son los procesados y sus abogados defensores.

El fanatismo nubla el entendimiento y así se vierten acusaciones de falta de rigor, de ser ofensivos, tendenciosos, y hacer afirmaciones gratuitas y servirse de adjetivos impropios que, parafraseando a Pablo Casado, serían apenas meras «descripciones» de supuestos hechos que, pese a haberse contemplado en vivo y en directo, se afirma que jamás se produjeron o fueron un brindis al sol o un farol de partida de póker entre el Estado y la Generalitat y se les da por no producidos.

Y si se niega la mayor se es descalificado por servirse de falsedades manifiestas, o de recurrir a malintencionadas citas de Goeb-bels a propósito del brillante uso que hizo el ministro nazi de propaganda de la mentira sistemática convirtiéndola en verdad indiscutible. Y de la que se sirve cualquiera que esté convencido de que el fin justifica los medios. Vamos, que si se denuncia un simple panfleto sufragado por una ex asociación cultural hoy politizada hasta las cachas, tan insólita actitud pone de manifiesto que el crítico se sitúa ideológicamente en posiciones afines a la extrema derecha española más pedestre.

Así están las cosas. Como «el que no está conmigo, está contra mí» (Mateo, 12, 30), toda crítica a los propios prejuicios será rechazada con la vehemencia propia del alucinado apresurado que cogerá siempre el rábano por las hojas. Es el caso que frente a los tecnicismos jurídicos de la Fiscalía, los abogados de la defensa optan por planteamientos más ideológicos, más asequibles para quienes carecemos de la adecuada especialización en Derecho Penal. Así los líderes marcan la senda a seguir.

Turull reivindicó su actuación sobre una base indiscutible afirmando que «los catalanes no son ovejas» y que «el independentismo fluye de abajo a arriba» (y de arriba abajo). Pero también dirá que se firmó el decreto del referéndum porque «pensábamos que respondía a criterios perfectamente legales», que en Catalunya la resignación política no aparece en el diccionario político o que la autodeterminación tiene «encaje» en la Constitución… «si hay voluntad política». Romeva dirá que no había motivo para desconvocar el referéndum pues «no era delito» y que no se exilió (sic) «pues no había hecho nada que fuera ilegal».

Lamentó que se judicializara la política y pidió -nada menos- a los magistrados que se «volviera a la política». Está muy clara la intención en previsión de que las sentencias no les sean favorables: «¡La historia me absolverá!», fue la frase con que Castro cerró su alegato en defensa del asalto al cuartel Moncada años antes del triunfo de la revolución cubana. Claro que él luchaba contra una dictadura y España es una democracia. No podemos saber cuál será el dictamen final de la Historia. El de la Justicia lo sabremos en breve. 

 

Alberto Reig Tapia es catedrático de Ciencia Política de la URV desde 2002. Sus líneas de investigación son: política española contemporánea, II República, Guerra Civil, franquismo, transición, Memoria histórica, Revisionismo y neofranquismo.

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