La libertad de expresión

La libertad de expresión debe estar exenta de toda incitación a la violencia

19 mayo 2017 23:01 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:23
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Transcurrido un tiempo prudencial de la masacre producida en la redacción de Charlie Hebdo, cuando los ánimos de repulsa, condena e indignación parecen estabilizados, es hora de que uno se pronuncie sobre los asesinatos del 7 de enero que tanto debate han provocado en la sociedad y medios de comunicación, reviviendo el viejo debate sobre los límites en la libertad de expresión.

En primer lugar hay que manifestar con toda claridad y contundencia la repulsa y condena del atentado yihadista que en ningún caso tiene justificación sea cual sea el contexto en el que quiera adscribirse.

En una sociedad democrática nadie duda que la libertad de expresión es un derecho incuestionable pero sus límites deben ser regulados por ley. Efectivamente si no fuese así cada cual establecería su propio criterio en base a su moral, el buen gusto o educación, así el ateo, el fundamentalista o el amoral podría perfectamente ofender, agraviar o escarnecer la imagen o creencia de cualquier persona, culto o religión sin mayor trascendencia.

Las caricaturas de Mahoma publicadas en Dinamarca en 2005 son una muestra de libertad de expresión pero al propio tiempo ofenden al mundo musulmán, como también sucedió en publicaciones satíricas sobre el islam en Charllie Hebdo. A partir de aquí la reacción salvaje e irracional de fundamentalistas islámicos se ha hecho sentir trágicamente y esto ha puesto en guardia a todo el orbe civilizado; pero que decir de las graves ofensas y escarnios producidos de sobre símbolos de la religión católica en nuestro país, en la Universidad Complutense y en parodias religiosas que se producen públicamente con desfiles sacrílegos ante la impunidad y permisividad de autoridades y jueces. Afortunadamente en el seno de la Iglesia católica se sufre con dignidad estos atropellos sin que aparezca el fantasma de atentados criminales contra quienes los provocan.

Condenar la masacre y solidarizarse con las víctimas de Charlie Hebdo y las del supermercado judío es una cosa y otra es aplaudir chistes, viñetas o expresiones de mal gusto sobre el islam, judíos o cristianos. Ya es lamentable que se haya llegado a esta situación para replantearse el debate sobre la libertad de expresión pero, inevitablemente este golpe del terrorismo islámico sufrido en una sociedad democrática donde estas cuestiones se dirimen pacíficamente en los tribunales, ha activado sentimientos xenófobos y de islamofobia que por otras cuestiones ya estaba latente en el seno de algunos países de la UE.

Uno recuerda la sentencia de muerte a que está sometido el escritor británico nacido en Bombay Salman Rushdie y la intolerancia de los aludidos por Los Versos satánicos, pero también en el siglo XVIII, Montesquieu, Voltaire, Rousseau o Diderot, sufrieron los ataques de quienes rechazaban las ideas de la Ilustración. Es el eterno debate sobre la tolerancia de quien acepta el discurso ofensivo, la blasfemia o la mofa mientras no se pase a la acción, o el intolerante con la ofensa, insulto o escarnio desde lo que se ha llamado fundamentalismo del agravio. No existen tesis convincentes en ningún sentido, por ello es necesaria una regulación por ley que marque la línea roja en el discurso sobre la libertad de expresión.

La democracia exige libertad de expresión, aun gozando de la mayor amplitud, ésta debe estar exenta de toda incitación a la violencia y en este sentido la afectación u ofensa de una frase, viñeta o burla a la sensibilidad de cada persona o comunidad que es heterogénea, múltiple y diversa, prescindiendo de todo juicio u opinión personal, debiera estar regulada por Ley.

Decir libremente lo que pensamos sin burlas ni ofensas y sin miedo a represalias políticas o religiosas, es la más pura manifestación de la libre y democrática libertad de expresión.

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