Ante el arte de lo imposible

Lo peor es que esto desembocará en nuevas elecciones, en las que nadie ganará

19 mayo 2017 20:21 | Actualizado a 21 mayo 2017 21:26
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Los políticos españoles enfrentan desde hace días el reto de confirmar que tienen en sus manos el éxito del arte de lo imposible. Pero nada permite augurar que vayan a conseguirlo. Por mucho que la noria siga dando vueltas, es fácil pronosticar que son incapaces de superar el reto. Mariano Rajoy, que se abroga los derechos teóricos de encabezar el partido ganador de las elecciones –aunque también podría replicársele que encabeza el partido que más votos y escaños perdió en el intento– no renuncia; se atrinchera en sus argumentos, que su principal adversario no comparte ni admite.

Y su adversario, Pedro Sánchez, asume el reto con todos los elementos en contra: el Partido Popular no quiere ni oír hablar de abstenerse en la investidura y menos apoyar a quién se negó a negociar con ellos; Podemos que se desgañita pidiendo –quizás con la boca pequeña porque es inverosímil que si lo quisiera actuase con tanta insolencia– un Gobierno de progreso, pretende que se haga con independentistas y. sin Ciudadanos, cuando Ciudadanos, el partido que muestra mayor sensatez, flexibilidad y discreción en todo el embrollo, condiciona a su vez el apoyo a que no participen en la solución ni Podemos y, menos, aún, independentistas.

Por lo menos este intríngulis insalvable es el que están hartos de reflejar los medios de comunicación partiendo siempre de las declaraciones, a menudo incontenidas e insolentes, de algunos de los protagonistas. Si Pedro Sánchez cuenta con entendimientos insospechados para sacarse de la manga, habrá que esperar. De momento, hay que reconocerle que proponer su candidatura, no sólo aceptarla, le hace acreedor al valor que no se le suponía. Pocos precedentes habrá en las democracias occidentales de una decisión tan arriesgada; tan arriesgada que es probable que acabe costándole el puesto.

Sánchez lo intentará con la aritmética parlamentaria difícil de cuadrar, con el principal partido que tendría en la oposición con mayoría en una de las Cámaras, con una buena parte de su partido meneando la cabeza de un lado a otro –por no pensar en la posibilidad de disidencias de algún diputado en la investidura–, con la disparidad de posturas y planes de sus socios potenciales, con todas las reservas que un Gobierno de izquierda radical provocaría en Bruselas y otras capitales, con la resistencia de los mercados y con el rechazo de muchos de sus votantes.

La solución que parecía como probable –a base de hacer de tripas corazón, eso también es cierto– se ha esfumado y la salida utópica que se busca tiene todas las papeletas para fracasar antes de que se culmine. Lo bueno de todo es que seguramente habrá sesión de investidura y la situación se desbloqueará; lo peor es que esto desembocará en nuevas elecciones, en las que probablemente nadie ganará; desde luego, la sociedad española, no, y la imagen de la política, tampoco.

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