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    ‘Fluctuat nec mergitur’

    17 septiembre 2023 18:17 | Actualizado a 18 septiembre 2023 14:00
    Josep Moya-Angeler
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    «Todo viaje es iniciático», me dictaba el poeta Enrique Badosa, incansable viajero. Porque todo viaje nos adentra en dimensiones nuevas, lugares con espíritu. Un espíritu que nace dentro de nosotros mismos, provocado por el lugar habitualmente exótico. Hay que saber hallarlo-crearlo.

    Soy de los que viajan a París en tren, porque el tren es el escenario de infinitas impresiones y sensaciones, adentra suavemente sobre la piel de lugares que nos narran historias y nos preparan para el baño de intensidades que ofrece siempre París. Y escojo siempre los días de la llamada ‘rentrée’, en septiembre y octubre, la vuelta a las grandes ideas, a la gran cultura, a la actividad que da carácter a la manera de ser de esta megápolis.

    Esta vez lo he hecho con la compañía francesa Inoui, puntual y eficaz. Un TGV que parece volar bajo sobre los campos agostados y los prados con el último aliento, toda una lección de lo que nos ha traído el verano abrasador.

    Cuando el tren nos deja mansamente en la Gare de Lyon, una escalinata nos invita a pasar bajo un arco de neón que anuncia ‘Le train Bleu’, el restaurante que es un monumento nacional, un palacio intacto desde que el Orient Express atraía a viajeros de toda Europa que se daban cita en este restaurante antes de partir.

    Luego, frente a la estación, otro restaurante, ‘Les Deux Savoie’, ofrece la otra cara de la ciudad. Se trata de un lugar de contrastes entre los que tienen prisa y los que van sobrados de tiempo. Dos caras que anuncian el principal precepto de la ciudad: Vaya a donde vaya, siempre se come bien. Porque la comida es el eje de su vida.

    ¿Qué tiene París para seguir fascinando? Un estilo. Basado ante todo en la educación, hija del respeto máximo hacia quien les hable con su mismo alto nivel de ‘politesse’

    ¿Qué tiene París para seguir fascinando? Un estilo. Basado ante todo en la educación, hija del respeto máximo hacia quien les hable con su mismo alto nivel de ‘politesse’, heredera de la ‘fraternité’ revolucionaria. El respeto –que los turistas, con su deseducación, no entienden– que alimenta el buen gusto. Y tras él, la búsqueda constante de la belleza.

    Sin alharacas. Sin ostentación. De ahí nace la estética de su urbanismo, la serenidad de su pensamiento cívico y su espíritu siempre comedido. París cambia pero no se mueve de estos ejes esenciales de su personalidad. Son hijos de una revolución que comenzó sangrienta pero que devino en una riqueza cultural modélica. Y sigue.

    El gremio de barqueros del Sena adoptó la frase de san Juan Crisóstomo ‘Fluctuar nec mergitur’ como lema de París, es decir que es ‘batida por las olas pero siempre a flote’. París es una ciudad eterna, siempre saliendo fortalecida de cualquier adversidad.

    Uno viaja a París con la mente abierta, el ánimo dispuesto a sentirse a gusto y la voluntad de creerse un parisino más. Porque la ciudad cambia pero, al mismo tiempo, permanece inalterable. No se traiciona a sí misma. Y eso ejerce una atracción.

    ¿Qué ha cambiado? La moda. Ya no la diseñan los veinte grandes nombres (que no han desaparecido y son reconocidos como tales) sino cientos de miles de jóvenes diseñadores que en cada escaparate de sus millares de tiendas exponen sus creaciones rompedoras, basadas en el buen gusto. Los modistos, todos, saben diseñar y todas sus creaciones caen como un guante en cualquier cuerpo. Es un milagro que tiene su explicación en el profundo conocimiento de su oficio.

    La ciudad se ofrece generosa, aunque hay hispanos que no acaban de entenderla. Creo que es cuestión de mala información. Hay que mirarla a los ojos y dejarse seducir

    ¿En qué más ha cambiado París, sobre todo porque en diez meses se celebrarán los Juegos Olímpicos? En casi nada. Bien, ha montado una moderna Villa Olímpica en el extrarradio. El resto, en general ha aprovechado las instalaciones que ya tenía. La joya ha sido vaciar el Grand Palais. Su inmenso caparazón convertido en una cancha. Una maravilla.

    La ciudad se ofrece generosa, aunque hay hispanos que no acaban de entenderla. Creo que es cuestión de mala información. Hay que mirarla a los ojos y dejarse seducir. Porque sabe hacerlo sin donjuanismos, con la belleza que rezuman sus piedras y con la naturalidad de sus ciudadanos. Así las cosas, uno sigue aprendiendo de esta ciudad.

    Las puede haber mayores e incluso mejores, pero esta urbe sabe desparramar encanto como casi nadie.

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