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    Naciones y naciones

    Lo de «estado es una acepción clara: organización política, económica e incluso militar que responde –en teoría– a una realidad social. Una organización reconocida por la misma sociedad

    04 septiembre 2022 18:32 | Actualizado a 04 septiembre 2022 19:27
    Josep Moya-Angeler
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    Aunque en el texto de la Constitución española se habla de «nacionalidades», ya casi nadie reconoce ni el nombre ni la existencia de ninguna de ellas y menos de que La Rioja o Murcia lo hayan sido, lo que evidencia que o fue uno más de los errores de aquel texto vigente o bien que hemos enterrado el término por peligroso ya que se parece demasiado a la palabra «nación». Hoy se habla, aquí y en todo Occidente, de estados y de naciones. Lo de «estado es una acepción clara: la organización política, económica e incluso militar que responde –en teoría– a una realidad social. Una organización reconocida por la misma sociedad y por gran parte de otros estados. Su ámbito territorial está marcado por las fronteras.

    Sin embargo, el concepto de nación es muy difuso y en esa nebulosa definitoria se niega que colectivos que reclaman para sí la identidad propia de una nación puedan ser reconocidos como tales. La disgregación de la URSS generó guerras de definición de un puñado de naciones o no naciones. Me pregunto qué o quién otorga o reconoce la condición de nación. Ni nada ni nadie. Tal vez, sólo los ciudadanos que quieran constituirse en nación o reclamen que ya lo son. Es decir, que el concepto estaría más en manos de .los protagonistas que de los que tratan de decir a los pueblos qué han de ser.

    Uno de los puntos más curiosos de estas definiciones es que nadie discute la identidad nacional de Luxemburgo, Andorra (hace años, muchos creían falsamente que formaba parte de España), las repúblicas bálticas, Irlanda, Eslovaquia, Singapur, Lesoto, o cualquiera de las islas polinésicas no francesas, entre docenas de casos. Y se discute mucho menos la identidad de los Estados Unidos –a fin de cuentas un estado federal cosido a base de sangre- la actual Alemania cuyas fronteras han sido cambiantes durante siglos, o la Italia que Garibalbi unió por las buenas y por las malas. Del Vaticano, ni pío. Es decir, que se discute la identidad nacional por los puros intereses particulares y se deja en manos de quien se otorga el poder. La falta de lógica sensata es apabullante.

    Los sentimientos evolucionan con las endorfinas y decaen con el tiempo. Un ciudadano debiera establecer sus convencimientos por racionalidad

    Por su parte la Real Academia dice en su diccionario que nación es un «conjunto de habitantes» regidos por un mismo gobierno. Pero ¿qué gobierno? La Rioja y Murcia tienen gobierno autónomo, como las otras quince autonomías. Y nadie se atreve a llamarlas naciones. En esta definición no se habla de usos, costumbres o lenguas, es decir de condiciones que unen a esas personas bastante más que un gobierno. La RAE no se atreve a poner de acuerdo lengua y política.

    En esto de las definiciones los hay que argumentan un valor emotivo a la defensa de la nación. Pienso que se equivocan. Los sentimientos evolucionan con las endorfinas y decaen con el tiempo. Un ciudadano debiera establecer sus convencimientos por racionalidad, que es la manera más sólida y equilibrada de determinar criterios. La nación es un concepto difuso, es cierto, pero argumentado por la razón, no por impulsos emocionales.

    Es curioso que una organización de grandes viajeros, la TCC, habla indistintamente de países y territorios, reconociendo un total de más de trescientos, incluida Córcega, dos Turquias y siete países antárticos, cuando la ONU sólo reconoce 193 países. Ni la TCC ni la ONU hablan de naciones, pero nos hacen pensar que hay países que no existen oficialmente aunque tengan fronteras y moneda propia, como la insólita Transnistria, con sus monedas de plástico y su medio millón de habitantes.

    Por cierto, ayudan a la confusión los buscadores de «expresiones diferentes» cuando dicen nada menos que “lloverá en la comunidad valenciana”, y una comunidad es un grupo de personas, con lo cual en el bosque o campo sin personas no lloverá. En todo caso, la lluvia cae sobre regiones o zonas, nunca sobre comunidades. Nadie habla de “la comunidad francesa”, sino de Francia. A fin de cuentas, los territorios son la base de las naciones y los estados, aunque los Caballeros de la Orden de Malta son excepción, pues se consideran un estado sin territorio.

    No podemos decir que el concepto de nación y país estén claros, pero sí que parece que cada cual los usa a su gusto e interés. En su nombre se montan guerras atroces en que mueren inocentes. En su nombre, muchos sienten un orgullo a veces más que justificado. Tampoco podemos atrevernos a decir que este conflicto de definiciones vaya a tener pronta solución, porque los países digamos que grandes y ciertas naciones ni quieren nuevos estados ni fragmentaciones que dificulten sus ideas imperialistas y de globalización. Aunque no se atrevan, repetimos, con Luxemburgo, Lietchestein y los países bálticos, entre otros muchos.

    Si la globalización (¡menos mal que ya se comienza a decir que es un error!) se extendiera, pronto tendríamos tentaciones totalitarias para barrer del mapa a países como Dinamarca, Suiza, Chequia, todos los de la antigua Yugoslavia y unas cuantas docenas más, que tienen menor superficie y número de habitantes que la nacionalidad –según la Constitución– de Catalunya. El ser humano y sus organizaciones somos máquina de crear contradicciones.

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