Estoy convencido de que la inteligencia artificial es un gran paso de la humanidad que puede salvar muchas vidas y mejorar mucho otras. Claro que también puede ocurrir que este gran paso de la humanidad se dé hacia atrás, o, más aún, hacia nuestra propia destrucción.
Pensaba en esto al ver la facilidad con que una tecnología tan sensible ha sido utilizada por unos adolescentes de la localidad extremeña de Almendralejo para crear unas imágenes de compañeras de colegio y manipularlas para hacerlas aparecer desnudas y, tras tratar de chantajearlas –sin éxito–, difundir estas fotos falsas.
No resulta difícil imaginar el estado de angustia y ansiedad en el que pudieron caer esas chicas al verse en las redes sociales de esa guisa. Afortunadamente, las madres de algunas de las menores agredidas –porque sí, se trata de una agresión– se percataron con rapidez de lo sucedido, observaron que aquellos cuerpos no se correspondían con los de sus hijas, y denunciaron los hechos. Seguramente, los autores pagarán de alguna forma su fechoría.
Pero en el aire queda ese temor a que cualquiera, sin ni siquiera ser demasiado ducho en la materia, pueda tergiversar la realidad y presentarla a su antojo. Sí, el asunto da mucho miedo.
Por eso creo que es necesario echar un poco el freno y, antes de seguir avanzando en tecnologías que tanto mal pueden hacer –sí, también pueden hacer mucho bien– regular este ámbito para evitar que la inteligencia artificial se convierta en nuestra peor pesadilla.
Y ya sabemos –basta echar un vistazo a la historia de la humanidad– que siempre habrá fuerzas del mal –por llamar de alguna forma a ciertas personas tan sedientas de poder como exentas de escrúpulos– capaces de transformar la mejor herramienta en un arma de destrucción masiva.
