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15 abril 2025 19:58 | Actualizado a 16 abril 2025 07:00
Natàlia Rodríguez
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Estos días de se Semana Santa es lícito y casi necesario preguntarse por la existencia de las experiencias transcendentes, para qué sirve la espiritualidad, Dios con todos sus eufemismos, el porqué y el para qué. Es cierto que no todo el mundo tiene la necesidad, pero somos unos cuántos que le damos vueltas a la constante necesidad de cuestionarlo todo. Para los que la existencia misma es un infinito punto de interrogación, para los que no les es posible recuperarse del estupor que causa saberse vivos, la necesidad de respuesta se hace más real estos días. Es cierto que es más fácil creer en Dios cuanto más lejano esté. Lo dice una que se pirra por encender inciensos en templos sintoístas o que se extasía en la sinagoga sefardí de Sarajevo. Pero ¿lo cercano? ¿el Dios supuestamente Km0, el que conocemos desde niños? ¿por qué se puede recitar un mantra budista pero no un salmo? Hay un chiste que quizás sea lo que mejor resuma lo que quiero explicar. Llega Wolfgang A. Mozart al cielo y lo recibe Dios con los brazos abiertos (su Réquiem...) y le dice «Mozart, tú serás el director de mi orquesta». Mozart responde «Es todo un orgullo Dios, pero ¿qué pasa con Bach?». «Estás hablando con él». Ya lo decía Cioran que Dios le debía mucho a Bach. Por eso, estos días, escucho en bucle su Pasión según San Mateo (también la Pasión según San Juan) y me conformo con creer en su música.

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