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Amor, bombas y periodismo

La determinación y el compromiso con los que los periodistas se exponen ante el peligro para informar sólo se explica por el amor a la profesión

13 febrero 2024 21:08 | Actualizado a 14 febrero 2024 14:00
Javier Luque
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Primero, lo obvio: hoy es San Valentín, día de los enamorados. Hablaba esta mañana con Xavier Savin (amigo mío y excelente psicólogo tarraconense afincado en Barcelona) sobre los pilares que sustentan una relación a largo plazo.

Savin destacó dos aspectos fundamentales que las parejas deben compartir para que una relación sobreviva a la fogosidad de los primeros meses: por un lado, los valores, estos no tienen por qué ser exactamente iguales pero sí compatibles, y por el otro, el compromiso por un objetivo común.

Segundo, una confesión: personalmente, yo no celebro el día de San Valentín pero quiero dedicar esta columna a una de mis vocaciones con la que comparto valores y objetivos en común, el periodismo.

Y no soy el único. Sé de, al menos, otros 85 periodistas que comparten el amor por esta profesión y que nunca podrán volver a ejercerla. Son los 85 periodistas que han muerto hasta la fecha bajo las bombas que caen del cielo en Gaza. Cámaras, fotógrafos y reporteros que decidieron el pasado octubre quedarse en la Franja para cubrir la barbarie y ser nuestros ojos y oídos en una zona vedada a la prensa internacional.

El Instituto Internacional de la Prensa (IPI, por sus siglas en inglés) publica estos días el Gaza Dispatch, una especie de diario personal que nos envían los propios periodistas palestinos que están sobre el terreno. La mayoría son historias de dolor e incomprensión pero también de determinación.

La entrada de este pasado lunes, 12 de febrero, recogía las palabras que la periodista Nour Swirki escribía en su propia página de Facebook: «Todas nuestras vidas aquí están suspendidas en una serie de segundos, y nadie, créeme, nadie puede entender mis sentimientos al saber que puedo ser parte de las noticias. [...]. Vivimos en el infierno pero seguiremos explicando cada orden de evacuación, desplazamiento, lesión, orfandad, amputación, hambre, enfermedad, frío, depresión, dolor, pérdida, sed y pobreza que atravesamos hasta que exhale mi último aliento».

Determinación y compromiso que también comparten los más de 2.000 periodistas que esperan en las fronteras a que Israel levante el bloqueo y puedan acceder a la Franja a relevar a sus colegas o ampliar la cobertura mediática.

85 periodistas han muerto hasta la fecha bajo las bombas que caen del cielo en Gaza

Lejos de las balas y los morteros, en Hungría, el gobierno de Viktor Orbán está contra las cuerdas por primera vez en muchos años gracias al escándalo que ha generado la investigación periodística del portal de noticias 444.hu, uno de los pocos medios que no está bajo el yugo de los oligarcas afines a Fidesz.

La Presidenta de Hungría, Katalin Novak, se ha visto obligada a dimitir esta semana después de que saliera a la luz el indulto que ofreció a un convicto por encubrir abusos sexuales contra niños en una escuela del país. Tanto Novak, ahora expresidenta, como Orbán han basado buena parte de su estrategia política en presentarse como los adalides de los valores tradicionales de la familia y respeto por la bandera.

Si bien los periodistas en Hungría no están bajo el yugo de las bombas, sí que tienen que hacer frente a un nivel de presión política y judicial sin igual en Europa. Una presión que incluye campañas de amenazas y desprestigio en redes sociales y medios pro-gubernamentales, o litigios abusivos y arbitrarios cuyo objetivo es el de silenciar sus voces y eliminar los exiguos recursos, tanto económicos como humanos, con los que cuentan el puñado de portales web que sobreviven, en parte, gracias a los lectores y la filantropía de fundaciones humanitarias.

Los periodistas en Hungría hacen frente a una presión política y judicial sin igual en Europa

Evidentemente, las realidades de Hungría y Palestina no son comparables. Sin embargo, es encomiable la determinación y compromiso de los periodistas de un lugar y otro por un objetivo común, el de contar los hechos de manera honesta. Nadie se expone al riesgo de un juicio millonario o se pone bajo las bombas de una guerra únicamente por dinero. Entonces, ¿por qué? Quizá la respuesta sea por amor. Por el amor a una profesión que es capaz de elevarnos y llenarnos de amargura por igual a aquellos que la ejercemos pero con la que compartimos unos valores y unos objetivos.

Una última reflexión: tras años dedicándome a la libertad de prensa, he observado que uno de los indicadores de la decadencia de un país es la cantidad de periodistas que se ven forzados a hacer un acto heroico para, simplemente, ejercer su profesión.

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