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    Cuando ella gana más que tú

    La mirada

    28 diciembre 2022 20:03 | Actualizado a 29 diciembre 2022 07:00
    Lluís Amiguet
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    «El 62% de los matrimonios españoles dura toda la vida...; el resto acaba bien». La broma es de un magistrado que debe dirimir custodias compartidas, abandonos de hogar, pensiones de manutención, separaciones abruptas y demás eventos consuetudinarios que acontecen, como decía Machado, en la pareja.

    Y estos días, será que estamos en la edad, no paro de encontrarme amigas y amigos que tratan de empezar una nueva vida con otro u otra o simplemente de vivir tranquilos consigo mismos. Nadie –es la primera regla del matrimonio hecho y deshecho en este país– se arrepiente de haber tenido hijos.

    Los problemas empiezan en el «con quién los has tenido»... Y al escucharles dan ganas de creer en lo que decía al principio mi amigo magistrado.

    Porque si ya era difícil encontrar pareja y hacerla durar cuando nadie cuestionaba la sociedad patriarcal y que los machitos teníamos que llevar el sueldo a casa y la señora, administrarlo, hoy la exigencia comprensible de que los dos aportemos igual a la convivencia hace incluso más complicado dar con la media naranja que tenga una libreta de ahorro, generosidad y sueldo a tu medida.

    Recuerdo a un amigo que se quejaba, el muy machista, de que su señora cobraba más que él sin apreciar el privilegio que suponía poder a cambio dedicar más tiempo a la familia; los niños y del hogar y sus labores en general.

    La pareja, era inevitable, acabó separándose y él, extrañado de que no le compensaran en el juzgado con una pensión de su ex por el nivel de vida que había perdido con la ruptura, como sí, en cambio, compensaban a las ex que se quedaban sin él, decía el indocumentado, cuando se dictaban antaño las condiciones de un divorcio.

    Pero estos son casos ya perdidos. Lo que me preocupa de verdad es el inconveniente añadido que supone hoy para nuestros hijos y para algunos de nosotros que tal vez vuelva un día a buscar pareja el tener que encontrarla –además de inteligente, simpática, atractiva, de su nivel cultural y encaje en sus circunstancias familiares y personales– con un nivel de ingresos y de generosidad al compartirlos similar al suyo.

    No habrá aplicaciones de móvil suficientes ni inteligencia artificial capaz de hacer que surja el amor entre dos nóminas que se llevan muchos ceros de diferencia.

    Y en ese punto un abogado matrimonialista de postín con el que comenté en su día un divorcio de estado me apunta que «la gran mayoría de las separaciones en España no son ya por la pérdida del amor, afecto, celos, infidelidades... Son por dinero». Y lo peor es que me lo creo.

    La prueba es que todos esos amigos y amigas separados o a punto que me encuentro estos días me hablan, sobre todo, de dinero. De lo mucho que aportaban ellos y de lo poco que recibían a cambio.

    Los catalanes tenemos la bendita ventaja del régimen de separación de bienes; pero allende nuestras fronteras, créanme, menudean las injusticias en los juzgados.

    ¿Es justo dividir los gastos de la casa por la mitad? ¿Se tiene que aportar, en cambio, en proporción a lo que cada uno ingresa? ¿Debe compensarse la mayor dedicación a los niños y a las tareas hogareñas permitiendo pagar menos gastos? ¿Hay que tener una cuenta común y ahí los dos lo meten todo y el cariño todo lo repartirá al menos mientras dure más que la avaricia?

    En cualquier caso, el año empieza como una oportunidad para el borrón y cuenta nueva. Que no les falte amor para que sea, además, buena.

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