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La voz más alta

Un nuevo estudio basado en inteligencia artificial analiza la evolución de las narrativas conspiranoicas contra los medios en los últimos cinco años en Europa.

10 noviembre 2023 20:41 | Actualizado a 11 noviembre 2023 14:00
Javier Luque
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«El americano republicano no tiene voz», decía Roger Ailes en los primeros compases de la serie The Loudest Voice (La voz más alta). «Fox News será eso, su voz». La miniserie de ficción (2019) narra el nacimiento de la cadena de televisión americana en 1996 como contrapeso conservador a la CNN.

Bajo la batuta de Roger Ailes, los presentadores de la Fox debían ser unos provocadores. No importaba si lo que se emitía estaba basado en hechos, el mensaje debía resonar tan fuerte que el resto de cadenas se vieran obligadas a desmentir lo que la Fox inventaba. La táctica era simple: ensordecer y aturdir para dominar la narrativa, obligando a periodistas cuya información se basaba en evidencias, a levantar la voz con la esperanza de tener la misma repercusión. Un esfuerzo inútil ya que ese terreno, el de la estridencia, era, y es hoy también, algo que la Fox domina a placer. Roger Ailes fue destituido en 2016 tras varios escándalos de acoso sexual gracias al empuje del movimiento #MeToo, no sin antes haber dado pábulo durante años a Donald Trump, aupándole a la presidencia de EEUU.

El terreno del griterío y la estridencia, era, y es, algo que la Fox domina a placer

Precisamente en 2016, tuve la oportunidad de viajar a Turquía para conversar con Kadri Gürsel. Kadri es uno de los periodistas más importantes del país y célebre columnista del Cumhuriyet, por aquél entonces, el único gran periódico que no había sucumbido a la represión de Recep Tayyip Erdogan. Caminando por un Istiklal extrañamente vacío, el periodista hablaba de cómo la polarización entre los partidarios de Erdogan y sus más fieros detractores habían tensado la sociedad hasta tal extremo que apenas había espacio para el diálogo. «Si te empujan de un lado y de otro 2, separó los puños sobre un eje horizontal imaginario, «lo único que me queda es esto», alzó la mano dibujando una línea vertical. «Salir de aquí», le dije yo. «No», respondió Kadri, «sólo me queda alzar la voz, pero me niego a hacerlo».

El 15 de julio de ese mismo año, la crispación desembocó en un intento fallido de golpe de estado para derrocar a Erdogan. El 31 de octubre, Kadri Gürsel y otros cuatro periodistas de Cumhuriyet entraron en prisión acusados de asociación a una organización terrorista. Tras un año en la cárcel de Silivri (prisión por la que han pasado cientos de periodistas), el tribunal supremo de Turquía se vió obligado a suspender las sentencias condenatorias por basarse en acusaciones infundadas. Mientras Erdogan había conseguido ahogar financieramente al periódico en el que trabajaban, apagando la única voz crítica contra su régimen.

Se empieza a observar por toda Europa algunos ecos de esa tensión social que aupó a Erdogan o Trump al poder. Desde la pandemia del coronavirus, los periodistas se ven sometidos a una presión cada vez más creciente provocada por aquellos que otorgan credibilidad a teorías de la conspiración.

Es fácil perder de vista que la voz más alta es solo eso, la más alta, no la que más nos aporta

Un estudio publicado esta semana por el International Press Institute (IPI), en colaboración con el periódico alemán TAZ y la organización de verificadores Faktograf en Croacia, ha observado la evolución de las narrativas de la desinformación en los últimos tres años en Europa. Con la ayuda de la IA se han analizado más de 800.000 mensajes en Telegram y 1.5 millones de interacciones de 22.000 cuentas de X (antiguo Twitter) asociadas a teorías de la conspiración y extrema derecha.

Si bien el foco eran las narrativas contra periodistas, se ha observado cómo estos movimientos están especialmente activos en periodos electorales o post-electorales en los que se difunden cientos de miles de mensajes con teorías que apuntan al fraude electoral, negacionismo climático o el advenimiento de un nuevo régimen comunista o de derechas (en función de si el país europeo en cuestión ha sufrido el látigo del comunismo o el nazismo en el pasado).

Todos estos discursos tienen una cosa en común: apelan a fantasmas del pasado y del presente, y dejan un poso de odio a su paso. Nadie es inmune a estas narrativas. Telegram, Facebook y X se inundan con mensajes llenos de signos de exclamación, escritos en letras en mayúsculas o acompañados de vídeos y memes en los que se pide pasar a la acción contra un sistema que, según estas narrativas, cercena nuestras libertades.

Ante toda esta avalancha, es fácil perder de vista que la voz más alta es solo eso, la más alta, no la que más nos aporta.

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